Seminarios: UN MENSAJE A GARCIA

UN MENSAJE A GARCIA

Se dice que Helbert Hubbard, en el último año del siglo pasado (1899) se encontraba solo en la redacción de un pequeño periódico en el Medio Oeste de los Estados Unidos un domingo por la tarde preparando la edición del lunes. Le faltaba un espacio en la primera página y como no existían las agencias de noticias, se vio obligado a rellenar el espacio con un

Un Mensaje a Garcia

Un Mensaje a Garcia

pequeño escrito que improvisó y tituló «Un Mensaje A García». Lo escribió en una hora. Unas semanas después recibió una carta del Presidente de la New York Central Railroad, una de las compañías más grandes de la surgente Nación, solicitándole 100,000 copias de su escrito y que le enviara la factura por lo que fuera. Como no tenía una imprenta disponible para producir un pedido tan grande, le contestó autorizándolo a reproducirlo solicitándole se especificara su nombre como autor.

Meses más tarde, una delegación de Rusia visitó la NYCR y le interesó el pequeño escrito. Lo llevaron al Zar de Rusia el cual ordenó traducirlo y que se le entregara a cada empleado ruso. Pasaron los años y al comienzo de la Primera Guerra Mundial, los japoneses encontraron un pequeño papel amarillo que tenían todos los prisioneros rusos en el frente de batalla y entendiendo era un secreto militar lo enviaron a Tokio. Los japoneses lo tradujeron y ordenaron se le entregara a cada soldado y empleado japonés. Así pasó con los alemanes, españoles, turcos, chinos, franceses y los italianos, hasta regresar a los americanos. Luego se preparó hasta una película para el cine. Para 1913 se habían distribuido más de 40 millones y traducido a todos los idiomas, el escrito más publicado estando vivo su autor hasta esa época.

Quizás porque algunas de las ideas y conceptos del escrito «Un Mensaje A García» pueden resultar hoy día chocantes, pocos conocen hoy ese escrito. Pero entendemos que además de ser uno de los escritos que más se ha publicado y leído, su valor hoy es incuestionable como motivo de inquietar al empleado puertorriqueño, público o privado y al liderato del Gobierno. Por ese reproducimos su traducido. Además de haber hecho el compromiso, como miles lo hicieron antes, de distribuir Un Mensaje a García en cada oportunidad que nos sea posible, incluyendo el nombre de su autor.

Un Mensaje A García

En todo el asunto cubano de la Guerra Hispanoamericana, un hombre aparece en el horizonte de mi memoria como Marte en su perihelio.

Cuando comenzó la guerra entre España y los Estados Unidos, era muy necesario el comunicarse rápidamente con el líder de los insurgentes. García estaba en algún sitio de las densas montañas cubanas – pero nadie sabía dónde. No se podía usar el correo o el telégrafo para llegar a e1. El Presidente necesitaba su cooperación, con urgencia.

¿Qué se podía hacer?

Alguien le dijo al Presidente, «Hay un tal Rowan que puede encontrar a García, si es que alguien puede».

A Rowan se le requirió fuera y se le dió una carta para que se la entregara a García. Como «el tal Rowan» tomó la carta, la se11ó en una cartuchera de cuero, se la amarró a su pecho sobre el corazón, en cuatro días desembarcó de noche en las costas de Cuba desde un pequeño bote, desapareció dentro de la jungla, y en tres semanas reapareció al otro lado de la Isla, habiendo atravesado un país hostil a pié y entregó la carta a García – son cosas que no tengo especial interés describir sus detalles. El punto que deseo hacer es este: El Presidente Mackinley le entregó a Rowan una carta para que se la llevara a García; Rowan tomó la carta y no preguntó, ¿Dónde esta García?».

¡Por todo lo Eterno! Aquí está un hombre del cual se le debe erigir una estatua en bronce en cada universidad y escuela. No es conocer los libros lo que necesitan nuestros estudiantes, ni conocer de esto o aquello, pero endurecer su columna vertebral para que se les pueda confiar en su responsabilidad de actuar prontamente, que puedan concentrar sus energías: para que puedan hacer una cosa: «Llevar un Mensaje A García».

Helbert Hubbard

El General García está muerto, pero existen otros Garcías. No existe un hombre que haya tenido que realizar una gestión donde muchas se requiera de muchas otras personas, que no haya sido abrumado; muchas veces por la imbecilidad del hombre común – la inhabilidad – desinterés de concentrase en una cosa y realizarla.

Requerir ayuda innecesaria, la desatención tonta, la indiferencia necia, y el trabajo a medias parece ser la norma; y ningún hombre puede realizar sus objetivos-a menos que por la fuerza o engaño o amenazas se obligue o soborne a otros para que le ayuden; o por extraño, Dios en su infinita bondad realice un milagro, y le envié el Ángel De La Luz como su asistente.

Tú, lector, has el siguiente experimento:

Estás sentado en tu escritorio como supervisor, con seis oficinistas subalternos a tu alrededor.

Llama a uno de ellos y le requieres: «Por favor, ve a la enciclopedia y prepara un memorando sobre la vida de Correggio.»

El oficinista lo responderá amablemente diciendo: «Si señor,» y se irá a realizar la encomienda?

En toda la vida eso no ocurrirá. El oficinista lo mirará con ojos incrédulos, moviéndolos como un pez en pecera, y le hará una o varias de las siguientes preguntas:

¿Quién era él?

¿En cuál enciclopedia?

¿Fui empleado para pacer eso?

¿Quiso decir Bismarck?

¿Por qué Carlos no lo hace?

¿Está muerto?

¿Hay prisa en eso?

¿Le puedo buscar el libro para que usted lo busque?

¿Para qué usted desea esa información?

Apuesto diez a uno a que después de haber contestado todas sus preguntitas, y explicado cómo y dónde encontrar la información, el por qué la necesitas, el oficinista irá a buscar a otro para que le ayude a tratar, de buscar a Correggio y vendrá luego a decirte que esa persona no existe. Por supuesto puede que pierda mi apuesta, pero de acuerdo a la Ley de Probabilidades no perderé.

Pero si eres listo, no te romperás la cabeza explicándole a tu «asistente» que Correggio está en el índice bajo las C’s, no bajo las K’s, pero suavemente le dirás, «No se preocupe,» e irás a hacer lo mismo. Es esa incapacidad para obrar independientemente, esa incapacidad moral estúpida, esa blandenguería de la voluntad y el carácter, ese desinterés y falta de disposición para hacer bien las cosas de buena gana, esas son las cosas que han pospuesto para lejos en el futuro la convivencia perfecta de los hombres.

Si el hombre no actúa por su propia iniciativa para sí mismo, ¿qué hará cuando el producto de sus esfuerzos sea para todos?

La fuerza bruta parece necesaria y el temor a ser rebajado el sábado a la hora del cobro, hace que muchos trabajadores o empleados, conserven el trabajo o la colocación. Anuncia buscando un taquígrafo y de diez solicitantes, nueve son individuos que no saben ortografía y lo que es mas, de individuos que no creen necesario conocerla.

¿Podrían esas personas escribir una carta a García? «Mire usted»–me decía el gerente de una oficina con seis oficinistas subalternos a su alrededor «Bien, qué le pasa? Es -un magnifico contador; mas si se le manda a hacer una diligencia, tal vez la haga, pero puede darse el caso de que entre en cuatro salones de bebidas antes de llegar y cuando llegue a la calle principal ya no se acuerde de lo que se le dijo».

¿Puede confiarse a ese hombre que lleve un mensaje a García?A Message to Garcia

Recientemente –Hemos estado oyendo conversaciones y expresiones de muchas simpatías hacia «los extranjeros naturalizados que son objeto de explotación en los talleres». Así como hacia «el hombre sin hogar que anda errante en busca de trabajo honrado», y junto a esas expresiones, con frecuencia emplearse palabras duras hacia los hombres que están dirigiendo empresas.

Nada se dice del patrón que envejece antes de tiempo tratando en vano de inducir a los eternos disgustados y perezosos a que hagan un trabajo a conciencia; ni se dice nada del mucho tiempo ni de la paciencia que ese patrono ha tenido buscando personal que no hace otra cosa sino «matar el tiempo» tan pronto como el patrono vuelve la espalda.

En todo establecimiento, oficina, y en toda fábrica se tiene constantemente en práctica el procedimiento de selección por eliminación.

El patrono está constantemente obligado a rebajar personal que ha demostrado incompetencia en el desempeño de sus funciones, y a tomar otros empleados. No importa que los tiempos sean buenos, este procedimiento de selección sigue en todo tiempo y la única diferencia es que, cuando las cosas están malas y el trabajo escasea, se hace la selección con más escrupulosidad, paro fuera, y para siempre fuera tiene que ir el incompetente y el inservible. Por interés propio el patrono tiene que quedarse con los mejores, con los que puedan llevar Un Mensaje a García.

Conozco a un individuo de aptitudes verdaderamente brillantes, pero sin la habilidad necesaria para manejar su propio negocio, y que, sin embargo, es completamente inútil para cualquier otro, debido a la insana sospecha que constantemente abriga de que su patrono le oprime o tratará de oprimirle. Sin poder mandar, no tolera que se le mande. Si se le diera un mensaje para que se lo llevara a García, probablemente su contestación sería: «Lléveselo usted mismo».

Hoy este hombre anda errante por las calles en busca de trabajo, teniendo que sufrir las inclemencias del tiempo. Nadie que le conozca se ofrece a darle trabajo, puesto que es la esencia misma del descontento. No entra por razones y lo único que en el podría producir algún efecto sería un buen puntapié salido de una bota del número nueve, de suela gruesa. Se, en verdad, que un individuo tan moralmente deforme como ese, no es menos digno de compasión que el físicamente invalido; pero en nuestra compasión derramemos también una lagrima por aquellos hombres que se encuentran al frente de pequeñas y grandes empresas, cuyas horas de trabajo no están limitadas por los sonidos del pito y cuyos cabellos prematuramente encanecen en la lucha que sostienen contra la indiferencia zafia, contra la imbecilidad crasa y contra la ingratitud cruenta de los otros, quienes, a no ser por el espíritu emprendedor de estos, andarían hambrientos y sin hogar.

Diríase que me he expresado con mucha dureza. Tal vez sí; pero cuando el mundo entero se ha entregado al descanso, yo quiero expresar una palabra de simpatía hacia el hombre que sale adelante en su empresa, hacia el hombre que, aún a pesar de grandes inconvenientes, ha sabido dirigir los esfuerzos de otros hombres y que, después del Triunfo, resulta que no ha ganado mas que su subsistencia.

También yo he cargado mi lata de comida al taller y he trabajado a jornal diario, y también he sido patrono y se que puede decirse algo de ambos lados.

No hay excelencia en la pobreza «per se», los harapos no sirven de recomendación, no todos los patronos son rapaces y tiranos, ni todos los pobres son virtuosos.

Mi simpatía toda va hacia el hombre que hace su trabajo tan bien cuando el patrono está presente, como cuando se encuentra ausente. Y el hombre que al entregársele Un Mensaje a García, tranquilamente toma la misiva, sin hacer preguntas idiotas, y sin intención de arrojarla a la primera alcantarilla que encuentre a su paso, o de hacer otra cosa que no sea entregarla a su destinatario. Ese hombre nunca queda sin trabajo ni tiene que declararse en huelga para que se le aumente el sueldo. La civilización busca ansiosa, insistentemente, a esa clase de hombres. Cualquier cosa que ese hombre pida, la consigue. Se le necesita en toda ciudad, en todo pueblo, en toda villa, en toda oficina, tienda y fábrica y en todo taller. El mundo entero lo solicita a gritos, se necesita y se necesita con urgencia al hombre que pueda llevar «Un Mensaje a García».

Otra Versión de Un Mensaje a García: – Comentarios:

Esta pequeña narración, “Un Mensaje a García” – fue escrita en una sola hora, por la tarde después de la comida. Esto sucedió, el 22 de febrero de 1899, día en que se conmemora el natalicio de Washington. La edición correspondiente al mes de marzo de la revista “Philistine” iba a entrar en prensa.

Nació como brote entusiasta de mi corazón, escrito después de un día en que había agotado mis fuerzas indolentes, para que abandonasen su estado comatoso por una actividad radial.

Pero la verdadera inspiración broto al calor de la discusión, mientras bebía una taza de te, con mi hijo Bert, quien sostenía que el verdadero héroe de la Guerra de Cuba había sido Rowan, quien, por si solo, había realizado la mas importante hazaña; había llevado El Mensaje a Gracia.

Fue una idea inspiradora. Mi hijo tenia razón porque efectivamente había sido un verdadero héroe el realizador de aquella hazaña, el haber llevado el mensaje a García. Me levante y escribí el relato.

Tan poco importante me parecio el articulo así realizado, que lo publique sin titulo. Salió la edición y en breve vinieron peticiones por mayor numero de ejemplares de la edición de marzo de “Philistine”; una docena, cincuenta, cien. Cuando la Compañía de Noticias Americanas pidió mil ejemplares, pregunte a mis ayudantes cual era el articulo que había conmovido en tal forma al publico.  Era el articulo sobre García.

Al día siguiente George H. Daniels, del Ferrocarril Central de Nueva York, nos mando el siguiente telegrama: “Coticen precio cien mil ejemplares de articulo Rowan en forma de folleto, con un anuncio del Empire State Express al final y digan que fecha pueden entregarlos”.

Conteste dando el precio y añadi que entregaríamos los folletos en dos años. Nuestros talleres eran entonces muy pequeños y cien mil folletos nos parecían una enormidad.

El resultado fue que hube de autorizar al señor Daniels para que reimprimiera el articulo como quisiera. Así fue que se imprimió millón de ejemplares, en forma de folleto.

Por dos o tres veces mas los reprodujo el señor Daniels, en cantidades de medio millón y mas de dos cientos periódicos y revistas lo reprodujeron también. Posteriormente fue traducido a todas las lenguas.

Cuando el Señor Daniels distribuía el “Mensaje a García”, estaba aquí el Príncipe Hilakoff, Director de los Ferrocarriles de Rusia. Era huésped del Ferrocarril Central de Nueva York y el señor Daniels lo acompaño en su viaje a través del país. El príncipe vio el articulo y se intereso por el, probablemente no por otra cosa que por estarlo distribuyendo en tan  grande escala el señor Daniels. Sea de ello lo que se quiera, cuando regreso a su país, lo hizo traducir al ruso y dio un ejemplar a cada empleado de los ferrocarriles de Rusia.

Otros países siguieron el ejemplo y de Rusia paso a Alemania, a Francia, a España, a Turquia, al Indostán y China.

Durante la guerra entre Rusia y el Japón, cada soldado llevaba consigo un ejemplar del “Mensaje a García”. Los japoneses encontraron estos folletos en manos de los prisioneros y, pensando que tenían algún mérito, los tradujeron al japonés. Y por orden del Mikado se dio un ejemplar a cada empleado del gobierno japonés, civil o militar.

“Un Mensaje a García” ha sido impreso, pues, en mas de cuarenta millones de ejemplares, suma que jamas ha alcanzado publicación alguna, quizá gracias a una serie de incidentes afortunados.

Un Mensaje a García

Hay en la historia de Cuba un hombre que destaca en mi memoria como Marte en Perihelio.

Al estallar la guerra entre los Estados Unidos y España, era necesario entenderse con toda rapidez con el jefe de los revolucionarios de Cuba.

En aquellos momentos este jefe, el general García, estaba emboscado en las esperanzas de las montañas, nadie sabia donde. Ninguna comunicación le podía llegar ni por correo ni por telégrafo. No obstante, era preciso que el presidente de los Estados Unidos se comunicara con el. ¿Que debería hacerse?

Alguien aconsejo al Presidente: “Conozco a un tal Rowan que, si es posible encontrar a García, lo encontrara”.

Buscaron a Rowan y le entrego la carta para García.

Rowan tomo la carta y la guardo en una bolsa impermeable, sobre su pecho, cerca del corazón.

Después de cuatro días de navegación dejo la pequeña canoa que le había conducido a la costa de Cuba. Desapareció por entre los juncales y después de tres semanas se presento al otro lado de la isla; había atravesado a pie un país hostil y había cumplido su misión de entregar a García el mensaje del que era portador.

No es el objeto de este articulo narrar detalladamente el episodio que he descrito a grandes rasgos. Lo que quiero hacer notar es lo siguiente: McKinly le dio a Rowan una carta para que la entregara a García, y Rowan no pregunto: “¿En donde lo encuentro?”

Verdaderamente aquí hay un hombre que debe ser inmortalizado en bronce y su estatua colocada en todos los colegios del país.

Porque no es erudición lo que necesita la juventud, ni enseñanza de tal o cual cosa, sino la inculcacion del amor al deber, de la fidelidad a la confianza que en ella se deposita, del obrar con prontitud, del concentrar todas sus energías; hacer bien lo que se tiene que hacer. “Llevar un Mensaje a García”.

El general García ha muerto; pero hay muchos otros Garcias en todas partes.

Todo hombre que ha tratado de llevar a cabo una empresa para la que necesita la ayuda de otros, se ha quedado frecuentemente sorprendido por la estupidez de la generalidad de los hombres, por su incapacidad o falta de voluntad para concentrar sus facultades en una idea y ejecutarla.

Ayuda torpe, craso descuido, despreciable indiferencia y apatía por el cumplimiento de sus deberes; tales y ha sido siempre la rutina. Así, ningún hombre sale adelante, ni se logra ningún éxito si no es con amenazas y sobornando de cualquier otra manera a aquellos cuya ayuda es necesaria.

Lector amigo, tu mismo puedes hacer la prueba.

Te supongo muy tranquilo, senado en tu despacho ya tu alrededor seis empleados dispuestos todos a servirte. Llama a uno de ellos y hazle este encargo: “Busque, por favor, la enciclopedia y hágame un breve memorándum acerca de la vida del Correggio”.

¿Esperas que tu empleado con toda calma te conteste: “Si, señor” , y vaya tranquilamente a poner manos a la obra?

¡Desee luego que no! Abrirá desmesuradamente los ojos, te mirara sorprendido y te dirigirá una o mas de las siguientes preguntas:

     ¿Quien fue?

     ¿Cual enciclopedia?

     ¿Eso me corresponde a mi?

     Usted quiere decir Bismarck, ¿no es así?

     ¿No seria mejor que lo hiciera Carlos?

     ¿Murió ya?

     ¿No seria mejor que le trajera el libro para que usted mismo lo buscara?

     ¿Para que lo quiere usted saber?

Apuesto diez contra uno, a que después de haber contestado a tales preguntas y explicado como hallar la información que deseas y para que la quieres, tu dependiente se marchara confuso e ira a solicitar la ayuda de sus compañeros para ‘encontrar a García’. Y todavía regresara después para decirte que no existe tal hombre. Puedo, por excepción, perder la apuesta; pero en la generalidad de los casos, tengo muchas probabilidades de ganarla.

Si conoces la ineptitud de tus empleados, no te molestaras en explicar a tu “ayudante”, que Correggio se encuentra en la letra C y no en la K. Te limitaras a sonreír e iras a buscarlo tu mismo.

No parece sino que es indispensable el dudoso garrote y el temor a ser despedido el sábado mas próximo, para retener a muchos empleados en sus puestos. Cuando se solicita un taquígrafo, de cada diez que ofrezcan sus servicios, nueve no sabrán escribir con ortografía y algunos de ellos consideraran este conocimiento como muy secundario.

¿Podrá tal persona redactar una carta a García?

–¿Ve usted este tenedor de libros? –me decía el administrador de una gran fabrica.

–Si, ¿por que?

–Es un gran contador, pero si le confió una comisión, solo por casualidad la desempeñara con acierto. Siempre tendré el temor de que en el camino se detenga en cada cantina que encuentre y cuando llegue a la Calle Real, haya olvidado completamente lo que tenia que hacer.

¿Crees, querido lector, que a tal hombre se le puede confiar Un Mensaje para García?

A ultimas fechas es frecuente escuchar que se excita nuestra compasión para los enternecedores lamentado de los desheredados, esclavos del salario, que van en busca de un empleo. Y esas voces a menudo van acompañadas de maldiciones para los que están “arriba”.

Nadie compadece a el patrón que envejece antes de tiempo, por esforzarse inútilmente para conseguir que el aprendiz chambón ejecute bien un trabajo. Ni nos ocupamos del tiempo y paciencia que pierde en educar a sus empleados para que estén en aptitud de realizar su trabajo, empleados que flojean en cuanto vuelve la espalda.

En todo almacén o fabrica se encuentran muchos zánganos, y el patrón se ve obligado a despedir a sus empleados todos lo días, pero no lo hacen por que la probabilidad de reemplazarlos con otro holgazán es la realidad – también impiden los reglamentos y la burocracia, los sindicatos, etc.

Esta es invariablemente la historia que se repite en tiempos de abundancia. Pero cuando por efecto de las circunstancias, escasea el trabajo, el jefe tiene oportunidad de escoger cuidadosamente y de señalar la puerta a los ineptos y a los holgazanes.

Por propio interés, cada patrón procura conservar lo mejor que encuentra; es decir, a aquellos que pueden llevar Un Mensaje a García.

Conozco un individuo que se halla dotado de cualidades y aptitudes verdaderamente sorprendentes; pero que carece de la habilidad necesaria para manejar sus propios negocios y que es absolutamente inservible para los demás. Sufre la monomanía de que sus jefes lo tiranizan y tratan de oprimirlo. No sabe dar ordenes, no quiere recibirlas.

Si se le confía Un Mensaje a García, probablemente contestaría: “llévelo usted mismo”

Actualmente este individuo recorre las calles en busca de trabajo, sin mas abrigo que un deshilachado saco por donde el aire se cuela silbando. Nadie que lo conozca acceda a darle empleo. A la menor observación que se le hace monta en cólera y no admite razones; seria preciso tratarlo a puntapiés, para sacar de el algún partido.

Convengo de buen grado en que un ser tan deforme, bajo el punto de vista moral, es digno cuando menos de la misma compasión que nos inspira un lisiado físicamente. Pero en medio de nuestro filantrópico enternecimiento, no debemos olvidar derramar una lagrima por aquellos que se afanan al llevar a cabo una gran empresa; por aquellos cuyas horas de trabajo son ilimitadas, pues para ellos no existe el silbato; por aquellos que a toda prisa encanecen, a causa de la lucha constante que se ven obligados a sostener contra la mugrienta indiferencia, la andrajosa estupidez y la negra ingratitud de los empleados que, si fuera por el espíritu emprendedor de estos hombres, se verían sin hogar y acosados por el hambre.

¿Son demasiados severos los términos en que acabo de expresarme? Tal vez si. Pero cuando todo mundo ha prodigado su compasión por el proletario inepto yo quiero decir una palabra de simpatía hacia el hombre que ha triunfado, hacia el hombre que, luchando con grandes obstáculos, ha sabido dirigir los esfuerzos de otros, y después de haber vencido, se encuentran con que lo que ha hecho no vale nada; solo la satisfacción de haber ganado su pan.

Yo mismo he cargado la portaviandas y trabajo por el jornal diario; y también he sido patrón de empresa, empleado “ayuda” de la misma clase a que me he referido, y se bien que hay argumentos por los dos lados.

La pobreza en si, no reviste excelencia alguna. Los harapos no son recomendables ni recomiendan por ningún motivo. No son todos los patrones rapaces y tiranos, ni tampoco todos los pobres son virtuosos.

Admiro de todo corazón al hombre que cumple con su deber, tanto cuando esta ausente el jefe, como cuando esta presente. Y el hombre que con toda calma toma el mensaje que se le entrega para García, sin hacer tontas preguntas, ni abrigar la aviesa intención de arrojarlo en la primera atarjea que encuentre, o de hacer cualquier otra cosa que no sea entregarlo, jamas encontrara cerrada la puerta, “Ni necesitara armar huelgas para obtener un aumento de sueldo”.

Esta es la clase de hombres que se necesitan y a la cual nada puede negarse. Son tan escasos y tan valiosos, que ningún patrón consentiría en dejarlos ir.

A un hombre así se le necesita en todas las ciudades, pueblos y aldeas, en todas las oficinas, talleres, fabricas y almacenes. El mundo entero clama por el, se necesita, ¡¡urge… el hombre que pueda llevar un mensaje a García !!

Helbert Hubbard

UN MENSAJE A GARCÍA 

Helbert Hubbart
Publicado originalmente en la revista Philstine, 22 de febrero de 1899.

 

    Al estallar la guerra entre los Estados Unidos y España, era necesario entenderse con toda rapidez con el jefe de los revolucionarios de Cuba.
    En aquellos momentos, este jefe, el general García, estaba emboscado en las asperezas de las montañas; nadie sabía dónde. Ninguna comunicación le podía llegar ni por correo ni por telégrafo. No obstante era preciso que el Presidente de los Estados Unidos se comunicara con él. ¿Qué debería hacerse?
    Alguien aconsejó al Presidente: «Conozco a un tal Rowan que, si es posible encontrar a García, lo encontrará».
    Buscaron a Rowan y se le entregó la carta para García.
    Rowan tomó la carta y la guardó en una bolsa impermeable, sobre su pecho, cerca del corazón.
    Después de cuatro días de navegación dejó la pequeña canoa que le había conducido a la costa de Cuba. Desapareció por entre los juncales y después de tres semanas se presentó al otro lado de la isla: había atravesado a pie un país hostil y había cumplido su misión de entregar a García el mensaje de que era portador.

 


Reflexión:

    No es el objeto de este artículo narrar detalladamente el episodio que he descrito a grandes rasgos. Lo que quiero hacer notar es lo siguiente: McKinley, el Presidente de los Estados Unidos le dio a Rowan una carta para que la entregara a García y Rowan no preguntó:

  • ¿Que quiere, qué? ¿No será algo imposible, o cuando menos, muy difícil?
  • ¿Quién es García? ¿Cómo es físicamente? ¿Cómo voy a reconocerlo?
  • ¿Es militar? ¿Es una persona importante? ¿Es el lider de los guerrilleros?
  • ¿Cuál es el nombre completo de García? ¿No es un apellido muy común en Cuba para encontrarlo?
  • ¿Dónde lo encuentro? ¿Quién me va a llevar hasta allá? ¿Me van a facilitar transporte especial?
  • ¿No podría mandar a otro? Es que yo no me siento bien, yo no conozco Cuba, me hace daño el ron, no fumo puros, no soy un experto nadador, ni tirador, ni explorador. No me gustan las cubanas, mi mujer no me dejaría ir, mis amigos me han dicho que en la selva hay serpientes venenosas,
  • ¿Qué es lo que le voy a entregar? ¿Es una carta peligrosa? ¿Va a causar muchas muertes?
  • ¿Cómo voy a encontrarlo? ¿Me darán algún mapa de la zona donde se encuentra García?
  • ¿Para qué quiere que lo encuentre? ¿No podría mandarse cuando sea más fácil encontrarlo? ¿Qué tanta prisa tiene para entregar el mensaje a García?

    Admiro de todo corazón a la mujer o al  hombre que cumple con su deber, tanto cuando está ausente el jefe, el profesor, la autoridad, como cuando está presente. Y el hombre o la mujer que, con toda calma toma el mensaje que se le entrega para García, sin hacer preguntas tontas, ni abrigar la intención aviesa de arrojarlo en la primera atarjea que encuentre o de hacer cualquier otra cosa que no sea entregarlo, jamás encontrará cerrada la puerta de un trabajo o, para decirlo de otra manera, de su propio desarrollo.

Esta es la clase de hombres y mujeres que se necesitan y a la cual nada puede negarse. Son tan escasos y tan valiosos que ningún patrón consentiría en dejarlos ir.

A un hombre o mujer así, se le necesita en todas las ciudades, pueblos y aldeas, en todas las escuelas, oficinas, clínicas, talleres, fábricas y almacenes. El mundo entero clama por él, se necesita, ¡urge… la mujer o el hombre que pueda llevar un mensaje a García!


 rivasmr@servidor.unam.mx

Versión en Inglés:

A Message To Garcia

As the millennium year 2000 approaches we look back on a short homily that struck a chord with tens of millions worldwide at the beginning of this century. 40 million copies, in 17 languages, including Russian and Japanese, sold in a relatively short period of  time. Read what touched a nerve and moved the feelings of your forebears a hundred years ago.

          Introduction

          In 1895, Garcia Y’iniguez Calixto, a lawyer and general in the Cuban army, took command of the insurrection against Spanish rule. Three years later, the sinking of the Main in Havana harbor started the Spanish-American war. President McKinley composed a message of support to Garcia, and was advised that US Army leftenant Andrew S. Rowan could be relied upon to deliver the message. Rowan accepted with a ‘consider-it-done’ attitude, completing the mission that arguably was key to the eventual outcome of Spain’s defeat.

          The story was written in less than an hour after the author’s son, Bert, commented at the diner table on Washington’s birthday 1899, that Rowan was the real hero of the Cuban War, having «gone alone and done the thing–carried the message to Garcia.»

          A Message to Garcia

          by Elbert Hubbard

          In all this Cuban business there is one man stands out on the horizon of my memory like Mars at perihelion.  When war broke out between Spain and the United States, it was very necessary to communicate quickly with the leader of the Insurgents. Garcia was somewhere in the mountain forrests of Cuba–no one knew where. No mail or  telegraph message could reach him. The President must secure his co-operation, and quickly.

          What to do!

          Some one said to the President, «There is a fellow by the name of Rowan will find Garcia for you, if anybody can.»

          Rowan was sent for and given a letter to be delivered to Garcia. How the «fellow by the name of Rowan» took the letter,  sealed it up in an oil skin pouch, strapped it over his heart, in four days landed by night off the coast of Cuba from an  open boat, disappeared into the jungle, and in three weeks came out the other side of the Island, having traversed a hostile country on foot, and delivered his letter to Garcia–are things I have no special desire now to tell in detail. The  point I wish to make is this: McKinley gave Rowan a letter to be delivered to Garcia; Rowan took the letter and did not  ask, «Where is he at?»

          By the Eternal! there is a man whose form should be cast in deathless bronze and the statue placed in every college of   the land. It is not book learning young men need, nor instruction about this and that, but a stiffening of the vertebrae  which will cause them to be loyal to a trust, to act promptly, concentrate their energies: do the thing — «Carry a message to Garcia.»

          General Garcia is dead now, but there are other Garcias. No man who has endeavored to carry out an enterprise  where many hands were needed, but has been well-nigh appalled at times by the imbecility of the average man–the inability or willingness to concentrate on a thing and do it.

          Slipshod assistance, foolish inattention, dowdy indifference, and half-hearted work seem the rule; and no man succeeds, unless by hook or crook or threat he forces or bribes other men to assist him; or mayhap, God in His  goodness performs a miracle, and sends him an Angel of Light for an assistant.

          You reader, put this matter to a test: You are sitting now in your office–six clerks are within call. Summon any one and  make this request: «Please look in the encyclopedia and make a brief memorandum for me concerning the life of Correggio.»

          Will the clerk say, «Yes, sir,» and go do the task? On your life he will not. He will look at you out of a fishy eye and ask  one or more of the following questions: Who was he? Which encyclopedia?

          Where is the encyclopedia? I was hired for that? Don’t you mean Bismarck? What’s the matter with Charlie doing it?

          Is he dead? Is there any hurry? Sha’n’t I bring you the book and let you look it up yourself?

          What do you want to know for?

          And I will lay you ten to one that after you have answered the questions and explained how to find the information, and why you want it, the clerk will go off and get one of the other clerks to help him to try to find Garcia–and then come   back and tell you there is no such man. Of course, I may lose my bet, but according to the Law of Average I will not.   Now, if you are wise, you will not bother to explain to your «assistant» that Correggio is indexed under Cs, not in the Ks, but you will smile very sweetly and say, «Never mind,» and go look it up yourself. And this incapacity for independent action, this moral stupidity, this infirmity of will, this unwillingness to cheerfully catch hold and lift–these are the things that put Socialism so far into the future. If men will not act for themselves, what will they do when the benefit of their  effort is for all?

          A first mate with knotted club seems necessary: and the dread of getting the «bounce» Saturday night holds many a  worker in his place. Advertise for a stenographer, and nine out of ten who apply can neither spell nor punctuate–and do not think it necessary to.

          Can such a one write a letter to Garcia?

          «You see that bookkeeper,» said the foreman to me in a large factory. «Yes; what about him?»

          «Well, he’s a fine accountant, but if I’d send him uptown on an errand, he might accomplish the errand all right, and on  the other hand, might stop at four saloons on the way, and when he got to Main Street would forget what he had been sent for.»

          Can such a man be trusted to carry a message to Garcia?

          We have recently been hearing much maudlin sympathy expressed for the «downtrodden denizens of the sweat-shop»  and the «homeless wanderer searching for honest employment,» and with it all often go many hard words for the men in  power. Nothing is said about the employer who grows old before his time in a vain attempt to get frowsy ne’er-do-wells  to do intelligent work; and his long, patient striving after «help» that does nothing but loaf when his back is turned. In every store and factory there is a constant weeding-out process going on.

          The employer is constantly sending away «help» that have shown their incapacity to further the interests of the  business, and others are being taken on. No matter how good times are, this sorting continues: only, if times are hard and work is scarce, the sorting is done finer–but out and forever out the incompetent and unworthy go. It is the survival of the fittest. Self-interest prompts every employer to keep the best–those who can carry a message to Garcia.

          I know of one man of really brilliant parts who has not the ability to manage a business of his own, and yet who is absolutely worthless to anyone else, because he carries with him constantly the insane suspicion that his employer is  oppressing, or intending to oppress him. He cannot give orders, and he will not receive them. Should a message be  given him to take to Garcia, his answer would be, «Take it yourself!»

          Tonight this man walks the streets looking for work, the wind whistling through his threadbare coat. No one who knows  him dare employ him, for he is a regular firebrand and discontent. He is impervious to reason, and the only thing that  can impress him is the toe of a thick-soled Number Nine boot.

          Of course, I know that one so morally deformed is no less to be pitied than a physical cripple; but in our pitying let us  drop a tear, too, for the men who are striving to carry on a great enterprise, whose working hours are not limited by the whistle, and whose hair is fast turning white through the struggle to hold in line dowdy indifference, slipshod imbecility,   and the heartless ingratitude which, but for their enterprise, would be both hungry and homeless.

          Have I put the matter too strongly? Possibly I have; but when all the world has gone a-slumming I wish to speak a word of sympathy for the man who succeeds–the man who, against great odds, has directed the efforts of others, and,  having succeeded, there’s nothing in it but bare board and clothes.

          I have carried a dinner-pail and worked for day’s wages, and I have also been an employer of labor, and I know there is something to be said on both sides. There is no excellence, per se, in poverty; rags are no recommendation; and all  employers are not rapacious and high handed, any more than all poor men are virtuous. My heart goes out to the man  who does his work when the «boss» is away, as well as when he is at home. And the man who, when given a letter for  Garcia, quietly takes the missive, without asking any idiotic questions, and with no lurking intention of chucking it into the nearest sewer, or of doing aught else but deliver it, never gets «laid off,» nor has to go on a strike for higher wages.

          Civilization is one long, anxious search for just such individuals. Anything such a man asks shall be granted. He is  wanted in every city, town and village–in every office, shop, store and factory. The world cries out for such: he is needed and needed badly–the man who can «Carry a Message to García.»

Notice to my English version readers:

This section is shorter than the Spanish version because in this version I did not include the full history of the distribution that took place shortly after the first publication of the story.

Enough said that the message has become a part of our culture and is often used to measure the ‘go-getters’ of the future as well as those who will never ‘cut the mustard.’

Wayne

 

A Message to Garcia
Common Sense Advice
on the Importance of
Personal Responsibility
A Gift from Bud Bilanich
“The Common Sense Guy”
In my book Straight Talk for Success, I discuss the importance of taking personal
responsibility for your success. It’s simple really. Success is all up to you, and me, and
anyone else who wants it. We all have to take personal responsibility for our own
success. I am the only one who can make me a success. You are the only one who can
make you a success.
Personal responsibility means recognizing that you are responsible for your career and
life and the choices you make. It means that you realize that while other people and
events have an impact on your career and life, these people and events don’t shape your
career and life. When you accept personal responsibility for your career and life, you
own up to the fact that how you react to people and events is what’s important.
And you can choose how you react to every person you meet and everything that happens
to you.
The concept of personal responsibility is found in most writings on success. Stephen
Covey’s first of seven habits of highly effective people is “be proactive.” My friend,
John Miller’s book QBQ: the Question Behind the Question asks readers to ask questions
like “what can I do to become a top performer”? John makes his living helping people
take responsibility for their career and life success.
In short, personal responsibility is an important building block of success.
A Message to Garcia is perhaps one of the best known tracts on personal responsibility
ever written. It is an inspirational essay written in 1899 by Elbert Hubbard that has been
made into two movies. It was originally published as a filler without a title in the March,
1899 issue of Philistine magazine edited by Mr. Hubbard. However, A Message to
Garcia was quickly reprinted as a pamphlet and a book.
A Message to Garcia was translated into 37 languages, and was very well-known in
American popular and business culture until the middle of the twentieth century. It was
given to every United States Soldier, Sailor and Marine in both world wars, and often
memorized by schoolchildren. Its wide popularity reflected the general appeal of selfreliance and energetic problem solving in American culture. Its “don’t ask questions, get
the job done” message was often used by business leaders as a motivational message to
their employees.
A Message to Garcia tells the story of the initiative of a soldier, Andrew Summers
Rowan, a class of 1881 West Point graduate. Rowan was assigned and accomplished a
daunting mission – get a message to Garcia. The essay points out that Rowan asked no
questions, made no objections, requested no help, but accomplished his mission. A
Message to Garcia exhorts the reader to apply this attitude to his or her own career and
life as an avenue to success.
The historical setting of the essay is the Spanish-American War in 1898. As the American
army prepared to invade Cuba, which was then a Spanish colony, US military
commanders wanted to contact the leader of the Cuban insurgents, Calixto Iniquez Garcia, to coordinate strategy. Garcia had been fighting the Spanish for Cuban
independence since 1868, and sought the help of the United Sates. Rowan was given the
task of getting A Message to Garcia.
Here is the entire text of A Message to Garcia. The language and examples are dated.
But the message is timeless. Enjoy.

A Message to Garcia

Elbert Hubbard
IN ALL THIS CUBAN BUSINESS there is one man stands out on the horizon of my
memory like Mars at perihelion. When war broke out between Spain and the United
States, it was very necessary to communicate quickly with the leader of the Insurgents.
Garcia was somewhere in the mountain fastnesses of Cuba — no one knew where. No
mail or telegraph could reach him. The President must secure his co-operation, and
quickly.
What to do!
Someone said to the President, “There is a fellow by the name of Rowan who will find
Garcia for you, if anybody can.”
Rowan was sent for and given a letter to be delivered to Garcia. How “the fellow by
name of Rowan” took the letter, sealed it up in an oil-skin pouch, strapped it over his
heart, in four days landed by night off the coast of Cuba from an open boat, disappeared
into the jungle, and in three weeks came out on the other side of the Island, having
traversed a hostile country on foot, and having delivered his letter to Garcia — are things I
have no special desire now to tell in detail.
The point I wish to make is this: McKinley gave Rowan a letter to be delivered to Garcia;
Rowan took the letter and did not ask, “Where is he at?”
By the Eternal! there is a man whose form should be cast in deathless bronze and the
statue placed in every college of the land. It is not book-learning young men need, nor
instruction about this or that, but a stiffening of the vertebrae which will cause them to be
loyal to a trust, to act promptly, concentrate their energies: do the thing – “Carry a
message to Garcia.”
General Garcia is dead now, but there are other Garcias.
No man who has endeavored to carry out an enterprise where many hands are needed, but
has been well-nigh appalled at times by the imbecility of the average man—the inability
or unwillingness to concentrate on a thing and do it. Slipshod assistance, foolish
inattention, dowdy indifference, and half-hearted work seem the rule; and no man
succeeds, unless by hook or crook or threat he forces or bribes other men to assist him; or
mayhap, God in His goodness performs a miracle, and sends him an Angel of Light for
an assistant.
You, reader, put this matter to a test: You are sitting now in your office—six clerks are
within call. Summon any one and make this request: “Please look in the encyclopedia and
make a brief memorandum for me concerning the life of Correggio.”
Will the clerk quietly say, “Yes, sir,” and go do the task?On your life, he will not. He will look at you out of a fishy eye, and ask one or more of
the following questions:
Who was he?
Which encyclopedia?
Where is the encyclopedia?
Was I hired for that?
Don’t you mean Bismarck?
What’s the matter with Charlie doing it?
Is he dead?
Is there any hurry?
Shan’t I bring you the book and let you look it up yourself?
What do you want to know for?
And I will lay you ten to one that after you have answered the questions, and explained
how to find the information, and why you want it, the clerk will go off and get one of the
other clerks to help him find Garcia—and then come back and tell you there is no such
man. Of course, I may lose my bet, but according to the Law of Average I will not.
Now, if you are wise, you will not bother to explain to your “assistant” that Correggio is
indexed under the C’s, not in the K’s, but you will smile very sweetly and say, “Never
mind,” and go look it up yourself. And this incapacity for independent action, this moral
stupidity, this infirmity of the will, this unwillingness to cheerfully catch hold and lift—
these are the things that put pure Socialism so far into the future. If men will not act for
themselves, what will they do when the benefit of their effort is for all?
A first mate with knotted club seems necessary; and the dread of getting “the bounce”
Saturday night holds many a worker to his place. Advertise for a stenographer, and nine
out of ten who apply can neither spell nor punctuate — and do not think it necessary to.
Can such a one write a letter to Garcia?
“You see that bookkeeper,” said the foreman to me in a large factory.
“Yes, what about him?”“Well, he’s a fine accountant, but if I’d send him uptown on an errand, he might
accomplish the errand all right, and on the other hand, might stop at four saloons on the
way, and when he got to Main Street would forget what he had been sent for.”
Can such a man be entrusted to carry a message to Garcia?
We have recently been hearing much maudlin sympathy expressed for the “down-trodden
denizens of the sweatshop” and the “homeless wanderer searching for honest
employment,” and with it all often go many hard words for the men in power.
Nothing is said about the employer who grows old before his time in a vain attempt to get
frowsy ne’er-do-wells to do intelligent work; and his long, patient striving after “help”
that does nothing but loaf when his back is turned. In every store and factory there is a
constant weeding-out process going on. The employer is constantly sending away “help”
that have shown their incapacity to further the interests of the business, and others are
being taken on. No matter how good times are, this sorting continues: only, if times are
hard and work is scarce, this sorting is done finer—but out and forever out the
incompetent and unworthy go. It is the survival of the fittest. Self-interest prompts every
employer to keep the best—those who can carry a message to Garcia.
I know one man of really brilliant parts who has not the ability to manage a business of
his own, and yet who is absolutely worthless to anyone else, because he carries with him
constantly the insane suspicion that his employer is oppressing, or intending to oppress
him. He can not give orders, and he will not receive them. Should a message be given
him to take to Garcia, his answer would probably be, “Take it yourself!”
Tonight this man walks the streets looking for work, the wind whistling through his
threadbare coat. No one who knows him dare employ him, for he is a regular firebrand of
discontent. He is impervious to reason, and the only thing that can impress him is the toe
of a thick-soled Number Nine boot.
Of course, I know that one so morally deformed is no less to be pitied than a physical
cripple; but in our pitying let us drop a tear, too, for the men who are striving to carry on
a great enterprise, whose working hours are not limited by the whistle, and whose hair is
fast turning white through the struggle to hold the line in dowdy indifference, slipshod
imbecility, and the heartless ingratitude which, but for their enterprise, would be both
hungry and homeless.
Have I put the matter too strongly? Possibly I have; but when all the world has gone aslumming I wish to speak a word of sympathy for the man who succeeds—the man who,
against great odds, has directed the efforts of others, and having succeeded, finds there’s
nothing in it nothing but bare board and clothes. I have carried a dinner-pail and worked
for a day’s wages, and I have also been an employer of labor, and I know there is
something to be said on both sides. There is no excellence, per se, in poverty; rags are no
recommendation; and all employers are not rapacious and high-handed, any more than all
poor men are virtuous. My heart goes out to the man who does his work when the boss is away, as well as when
he is at home. And the man who, when given a letter for Garcia, quietly takes the missive,
without asking any idiotic questions, and with no lurking intention of chucking it into the
nearest sewer, or of doing aught else but deliver it, never gets “laid off,” nor has to go on
a strike for higher wages. Civilization is one long, anxious search for just such
individuals. Anything such a man asks will be granted. He is wanted in every city, town
and village—in every office, shop, store and factory. The world cries out for such: he is
needed and needed badly—the man who can “Carry a Message to Garcia.”


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