NO MERECEMOS AQUELLO QUE NO ESTAMOS DISPUESTOS A DEFENDER

NO MERECEMOS AQUELLO QUE NO ESTAMOS DISPUESTOS A DEFENDER

Siempre he pensado que es un poco irónico el que mi madre, quien era oriunda del estado de Tennessee, abogase por la independencia para Puerto Rico; y que su hijo, nacido y criado en la Isla, abogase y trabajase por la estadidad federada para Puerto Rico desde muy joven. Viendo el informe del GAO sobre los aspectos económicos relacionados al status de Puerto Rico, pienso en los valores que me enseñaron mis padres; y en los que no supieron, o pudieron, transmitirme tan efectivamente. Mis padres eran dos de los individuos más nobles y verticales que he conocido en mi vida, algo que me resulta inspirador porque he tenido el privilegio de conocer a muchos seres humanos de exquisito calibre. Pero ellos no pudieron darme algo. Tampoco me lo pudo dar mi escuela, ni la sociedad en la que vivo.
Cuando fui a estudiar en los estados, tuve la oportunidad de conocer a muchos individuos, tanto de origen estadounidense como de diversos países del mundo. En casi todos ellos detecté algo que yo no tenía: un sentido de fervor, frecuentemente de naturaleza cuasi-religiosa, por el país del cual eran ciudadanos. Comprendí que a todos ellos, desde muy pequeños, les habían inculcado un gran amor por su patria. Era obvio para mí que en sus familias, en sus escuelas, y en sus sociedades les inculcaron ideas y hábitos que resultaban en un espíritu “for God and for Country”. Yo no tenía eso. A pesar de que siempre he sentido que mi país y mi nación son los Estados Unidos de América, sentimentalmente para mí el “Star Spangled Banner” era, y sigue siendo, demasiado extranjero. A hoy, yo no se por cual bandera sentir que debo estar dispuesto a morir, si por la monoestrellada o por “la pecosa.” Alguien me robó eso. Tampoco me contaron de niño ninguna fabula como la de Jorge Washington y el árbol de cerezo; o sobre de Hostos, o sobre doña Finí Barceló (la primera mujer en toda América Latina que presidiese un partido político.) Alguien me robó algo muy importante y valioso.

Ese alguien son los mismos que hoy pretenden confundir para seguir en control. Llevamos demasiado tiempo dejándonos confundir, y robar de cosas que son demasiado importantes y valiosas, como para quedarnos sin hacer algo en defensa propia. Como pueblo, primero estuvimos amancebados a latifundistas españoles. Luego a latifundistas estadounidenses. Y siempre a cómplices criollos. Algunos de ellos ahora llegan en aviones G5, a comprar a precio de pulguero activos que debieran valer más, mucho más. Pero eso solo es culpa de los mismos quienes nos robaron de cosas aún más importantes y valiosas: “Esos”. En realidad la culpa no la tienen “Esos.” La tiene el que veo en el espejo todas las mañanas. No fueron mis padres, ni mis abuelos. No son “esos”. Soy yo. Eres tú. Somos los que permitimos que continue el debate estéril. Somos los que perdemos tiempo en tan siquiera por un segundo considerar los efectos económicos del status. Hay cosas que no se pagan, ni se venden. Hay cosas que no se truecan en el mercado. Hay cosas que se defienden, peleando si hace falta; por principios, por moral, por verguenza propia. Porque es lo moralmente correcto. La dignidad de un pueblo, ni se compra ni se vende.

Los Estados Unidos de América no tienen el derecho de ser el líder moral de los principios democráticos en el mundo mientras tengan colonizado a Puerto Rico. Y yo no tengo derecho a quejarme o lamentarme, mientras no haga algo por darle a mi hijo, y a sus hijos, lo que yo nunca tuve. Porque sí, alguien me lo robó. Es hora de ir a exigir que me lo devuelvan. Es hora de entrar en la finca del Amo, llegar hasta la casa grande, tocar firmemente en la puerta, y exigir lo que nos corresponde: Independencia o Estadidad. Hoy. Ahora.Y si no quiere entrar en razón el Amo, vayámonos pa’l demonii, y recobremos en el proceso lo que nos robaron. Para lograrlo, dicho sea de paso, tenemos, gracias a Dios, la alternativa de mudarnos a los estados. Por lo menos en las escuelas y en la sociedad de allí, nuestros hijos aprenderán a cantar un himno nacional que los emocione inequívocamente, y a amar una bandera con pasión y sin confusión. Pero vivir arrima’os a la finca, humillados y sin dignidad, ya no más; por Dios ya no más.
Por Marcello De Jesus

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