La creciente y letal amenaza del movimiento fundamentalista islámico, Estado Islámico en Siria e Irak (ISIS- por sus siglas en inglés), sobre todo para el medio oriente y de imponerse política y militarmente en dicha región para el resto del mundo, ha impuesto por la necesidad de la nueva geopolítica regional y global que dicha nueva fuerza política y militar configura, una nueva estrategia y política de alianzas a Estados Unidos, Europa y sus aliados en el medio oriente. Al convertirse en menos de un año en la principal amenaza para la paz y estabilidad en el medio oriente, ha desplazado a una posición secundaria y marginal, las amenazas que representaban al Qaeda, los talibanes afganos y paquistaníes, cuyo liderato ha sido sustancialmente demolido gracias a los certeros ataques quirúrgicos utilizando “drones” no tripulados por parte de Estados Unidos, la amenaza nuclear de Irán gracias a las efectivas sanciones comerciales, tecnológicas y diplomáticas de occidente y el advenimiento de un gobierno reformista moderado en Irán. Y finalmente ha conllevado la neutralización de las pretensiones hegemónicas de la Rusia de Putin en la región a la luz de su creciente aislamiento por medio de las fuertes y creciente sanciones comerciales y económicas por parte de occidente por su anexión militar de Crimea y su pujos imperiales en las regiones orientales de Ucrania.

La atrocidades y crímenes de guerra de la dictadura alauí del carnicero de Damasco, Bashar al Assad contra la mayoría suní en Siria, así como la política sectaria y excluyente del gobierno chií del ex primer ministro iraquí, Al Maliki, han resultado en la legitimación y fortalecimiento del extremista y barbárico Estado Islámico en Irak y Siria en menos de un año. Rezagando a un segundo plano todas las otras amenazas incluyendo la iraní y la rusa en la región.

En este nuevo contexto geopolítico, Estados Unidos debe de cuidarse por no repetir los costosos errores que cometió en Vietnam en las décadas de lo sesenta y setenta y en Irak a partir del 2003, de reaccionar irreflexiva, impulsivamente y desproporcionalmente a una amenaza regional o a una abierta provocación por parte del terrorismo fundamentalista islámico, como lo fueron el derrumbe de la torres gemelas en Nueva York por al Qaeda.

La decapitación de dos periodistas americanos aunque debe de conllevar una respuesta firme y contundente por parte de Estados Unidos, no debe implicar caer en la trampa tendida por el fundamentalismo islámico de revertir la efectiva política contra este en Irak vía un nuevo gobierno de unidad nacional en Irak y complementar la campaña militar terrestre de las fuerzas iraquís y los peshemars kurdos, con efectivos y certeros ataques bombardeos aéreos de apoyo a la misma. Sustituirla por una escalada de su envolvimiento enviando tropas terrestre a Irak y Siria, sería un grave error con altos costos humanos, militares y políticos de mediano y largo plazo para los Estados Unidos similares a los sufridos en Vietnam e Irak.

Estados Unidos debe ejercer su liderato, encabezando una amplia alianza regional y global en Irak contra el EIIS, similar a la que encabezo en la primera guerra del Golfo Pérsico en 1991, contra la invasión de Kuwait por parte del Irak de Saddam Husein. Sin embargo, al igual que en aquella ocasión ello no debe de conllevar que cargue con el grueso de la factura en términos del costo militar, económico y humano que tal iniciativa conlleve, tal como ocurrió recientemente en Irak y Afganistán. Un liderato efectivo de Estados Unidos debe conllevar que los actores regionales (Arabia Saudita, Jordania, Turquía, Irak, Siria e Irán) que se exponen a mayores daños por parte de los barbaros islámicos y que por ende se beneficiarán más de una derrota política-militar del EIIS en la región, asuman el mayor costo proporcional en términos del envío de tropas terrestres, entrenamiento y apoyo logísticos a las fuerzas iraquíes y sirias que combaten dicho cáncer fundamentalista.

Esta nota aparece en la edición impresa de El Vocero.