No se equivocó Hostos cuando sentenció: “De todos los vicios que conozco ninguno es más terrible que perder el tiempo de la acción en la palabra”. Y ésa, lamentablemente, ha sido la caótica historia que nos ha tocado vivir a los puertorriqueños de estos tiempos. Durante los pasados 2 años y medio, el gobernador y su equipo económico se han dedicado al palabreo. El récord habla por sí solo.

Dijeron que no impondrían arbitrios adicionales a la gasolina (15 de abril de 2013); que habían salvado las finanzas del País (3 de noviembre de 2013); que bajarían el IVU al 6.5% comenzando el 1 de diciembre 2013; que habían rescatado para siempre el sistema de retiro de los empleados públicos; (25 de abril de 2013); que en adelante no habría que tomar prestado para cuadrar el presupuesto porque el déficit lo habían reducido a cero (29 de abril de 2014); que habían generado 55,305 nuevos empleos en los primeros 18 meses (1 de julio de 2014); que el Banco Gubernamental de Fomento no tenía problema alguno de liquidez y que jamás se dejaría de pagar la deuda (10 de julio de 2014).

Y todavía insisten en que no despedirán empleados públicos y que no cerrarán el Gobierno. Ya veremos cómo en cuestión de meses ambas aseveraciones muy bien podrían hacerse sal y agua, como el resto de representaciones falsas que viene haciendo esta Administración desde sus inicios.

Aquí la tragedia es que hemos perdido más de la mitad del cuatrienio en ese palabreo casquivano: dándole largas a los asuntos, nombrando comisiones huecas que no resuelven nada, ensamblando montajes mediáticos superficiales que a nadie engañan. En fin, en las lacónicas palabras de Bolívar, hemos arado en el mar.

Ahora cuando La Fortaleza finalmente descubre lo que todo el mundo ya sabía, que la deuda es impagable, en lugar de delimitar con especificidad una estrategia coherente e inteligente para atender la renegociación de nuestras obligaciones se sumerge de nuevo en la pueril danza de las comisiones criollas, las reuniones improductivas y superficiales con los mismos exgobernadores que quebraron el País (con escoltas y todo), y de nuevo comienza el zigzagueo y culipandeo.

A raíz de los sucesos del lunes, me parece que sobresalen dos asuntos medulares. En primer lugar, la negativa de la Casa Blanca a rescatar a Puerto Rico de las fauces de la quiebra refleja no sólo su desconfianza total en el gobernador y su equipo económico, sino además obedece al cálculo geopolítico que de un tiempo para acá ha hecho Washington de que al ELA territorial no se le puede dar más respiración artificial. Hay que dejarlo morir. Y para mitigar el daño colateral a corto plazo que el colapso del ELA pueda ocasionar en los mercados de capital parecería que las ramas políticas en Washington no vacilarán en imponer una junta de control financiero regenteada desde el Congreso.

En segundo lugar, es hora ya que los cuerpos directivos del PPD asuman su responsabilidad moral ante el País y rechacen los planes reeleccionistas del gobernador. La excusa de que no se pueden reunir si la presidencia del partido no les convoca primero ya no se sostiene. Ese liderato intermedio, compuesto por alcaldes, presidentes no alcaldes, legisladores estatales y municipales, que hoy murmura por las cuatro esquinas contra la reelección del gobernador debería ir de frente en defensa de la dignidad y el legado histórico de la institución política de mayor antigüedad en la historia constitucional del País. La conveniencia del silencio en la coyuntura actual es alta traición no ya al partido sino al País mismo. Atrévanse a decir en voz alta lo que a diario susurran en voz baja: la reelección del gobernador no es ni puede ser opción de futuro en la hora actual. Todo lo contrario.

Sobre la base de ese entendimiento, penoso y doloroso para algunos a la vez que irrebatible y realista para otros, se debate entonces la posibilidad de regeneración de una institución política que con sus luces y sombras aún tiene la pesada obligación de coadyuvar a la estabilización de nuestras finanzas y a la descolonización de nuestro país.