Cuando Luis Fortuño hizo público aspirar a la gobernación, una enorme masa de progresistas pusieron fe en él. En pueblos y campos la gente expresaba su respaldo. Alcaldes y legisladores hicieron lo mismo y manifestaron públicamente ayudarlo. Lo veían como el líder del futuro. Como la persona que le daría triunfos holgados al PNP y que traería la estadidad a Puerto Rico.

Su resonante triunfo en las primarias contra Pedro Rosselló fortaleció esta opinión y creencia; de afiliados y de personas no afiliadas a partido alguno. Su figura como esperanza de todo un pueblo motivó que muchos populares decidieran votar por él en las primarias y lo siguieran hasta el día de las elecciones. De inmediato fue visto como el líder que trascendía líneas de partido.

Sin embargo, al pasar las primarias comienzan a verse fisuras en la nueva efigie que pasaron desapercibidas para la gran mayoría de los que ciegamente le siguieron. Fue al pasar las elecciones cuando comienzan a verse los cambios no anticipados y las fisuras en la efigie dan muestras de preocupación. La conexión líder-masa fue interrumpida de inmediato y entró con papel protagónico una camarilla de elitistas nunca antes vistos que no tenían relación alguna con asuntos de gobierno ni con el partido que había ganado las elecciones.

La diferencia de clases se vio claramente y el malestar surgió como combustión espontánea al otorgarse millonarios contratos a personas de dudosa profesionalidad. En actividades políticas que se celebraban se podían ver dos grupos, socialmente antagónicos: los elitistas tildados de “guaynabitos” –un término, tal vez, descriptivo culturalmente- y la enorme masa del PNP compuesta de clase media hacia abajo; gente humilde, negros, mulatos, hombres, mujeres y envejecientes, entre otros.

De la base hacia su líder hubo una repulsa general hacia los nuevos estilos, y la arrogancia y engreimiento de muchos jefes de agencias. A esto debemos añadirle que Fortuño desatendió por completo la parte política. El partido que presidió estaba desconectado de su figura. La conexión solo se dio en año electoral cuando comenzaba su campaña.

Ya en 2012, sus encuestas reflejaban que los rossellistas no votarían por él. Con Marcos Rodríguez Ema se le ocurre reclutar a Ricky Rosselló y sugerir que éste sería su sustituto como gobernador de Puerto Rico. Una estrategia para atraer al rossellismo, lo que explica claramente el eventual proceso primarista dentro del PNP.

Fue un estilo que creó malestar. Con ello se institucionalizó, por otros sectores, la ingratitud en el partido de la Palma que en su fundación en 1967 promulgó: “Los humildes serán los primeros.” Aunque ya desde los años noventa la ingratitud y el ver al afiliado con arrogancia y por encima del hombro se manifestaba con voz propia.

Sin embargo, el más grande legado de Luis Fortuño, del que inexplicablemente nadie habla y del que debemos todos estar infinitamente agradecidos, es la erradicación completa de la corrupción en el gobierno. Lavó la cara del PNP. Ya no pueden decir que la “corrupción tiene nombre y apellido”, sugiriendo un partido político. Ahora hay un antes y un después, porque Fortuño nunca miró para el lado como lo hizo Pedro Rosselló. Tuvo un gobierno limpio, honrado, con voluntad política hacia la sana administración pública. Este legado salvó la reputación del movimiento estadista y eso es lo que importa.