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Algunos padres boricuas que se trasladaron recientemente a Florida lamentan que sus hijos se frustran -y hasta lloran- porque no entienden el inglés en su nueva escuela. (Thinkstock)

¿Cómo reaccionarías si un día, de la noche a la mañana, tu entorno cambia y dejas de comprender lo que mucha gente te está diciendo?

Sollozar. Eso es lo que hace el hijo más joven de Janet Rodríguez luego de que su familia decidió mudarse de Puerto Rico a Florida hace un mes en busca de trabajo más estable. Alejado de lo que una vez fue su cotidianidad hispanoparlante, el niño de 5 años fue matriculado en la Sikes Elementary School, en la ciudad de Lakeland. Se frustra porque no domina el inglés y se pierde en sus clases. «Hoy mismo (el día de la entrevista) tuve que buscarlo temprano porque está llorando desde que lo dejé. No entiende a los maestros. No entiende a nadie. Tiene temores», lamenta la madre.

Muchos estudiantes latinos que se trasladan a Estados Unidos enfrentan la barrera idiomática, por lo que el sistema educativo de la nación ofrece ayudas como el programa Inglés para Hablantes de Otros Lenguajes (ESOL, por sus siglas en dicho idioma). Este proyecto es particularmente solicitado en lugares como Florida, donde casi el 24% de los residentes son latinos y hubo un aumento de 141,000 nuevos hispanos entre el 2013 y 2014, según estimados publicados este año por la Oficina del Censo. De hecho, el 27% de los alumnos en este estado son hispanos, informa el Pew Research Center, que recopila data sobre tendencias demográficas.

Sin embargo, hay quienes consideran que iniciativas como ESOL carecen de suficientes maestros capacitados para educar adecuadamente a la creciente cantidad de alumnos que se comunican en español. En ese grupo se encuentran boricuas radicados recientemente en Florida a consecuencia de la crisis socioeconómica de Puerto Rico.

«Ahora mismo, mi hijo cualificó, pero en su escuela -que es bien grande- lo que tienen son dos maestros (certificados) que van por todos los salones», lamenta Rodríguez, quien se mudó de San Sebastián con su familia cuando su esposo sospechó que se quedaría sin trabajo en la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE).

La hija mayor de la pareja tiene 12 años y también afronta dilemas por el lenguaje. «Tuvo una situación porque su maestra preguntó quién era bilingüe para que le tradujeran algo, pero la nena que levantó la mano no quiso hacerlo. Eso la atemorizó y llegó llorando a casa, pidiéndome que la sacara (de la escuela)», relata sobre la experiencia de su hija en el Mulberry Middle School.

Desesperada y frustrada, la madre hace todo lo posible para abogar por el bienestar y la enseñanza de sus hijos. La comunicación, sin embargo, no es totalmente efectiva. «Tampoco domino el inglés y es difícil. Uno quisiera hablar tanto, pero -cuando ves que tu hijo está sufriendo- te salen las palabras», confiesa.

Faltan maestros bilingües

Por situaciones como la antes descrita, el sistema de enseñanza de Florida encara nuevos retos, reseñó este mes el New York Times como parte de su artículo «Puerto RicansSeeking New Lives Put Stamp on Central Florida». Se trata de una problemática que las autoridades correspondientes no siempre documentan.

¿El aumento de alumnos hispanoparlantes en Florida representa un desafío para el sistema?, preguntamos a Lorena Hitchcock, especialista de relaciones mediáticas de las escuelas públicas de Orange County, que incluye a Orlando.

«No tenemos contestación para eso ahora mismo», fue la respuesta.

A pesar del hermetismo, los números se inclinan a confirmar que no existen suficientes maestros bilingües para la cantidad de latinos que están llegando al estado.

Por ejemplo, Hitchcock destacó que Orange County está integrado por unos 200,000 estudiantes. De estos, el 37% consiste de residentes hispanos, lo que equivale a unos 74,000 alumnos.  No obstante, la representante informó que el condado tiene 5,851 empleados docentes certificados bajo ESOL, y esto -de paso- no garantiza que estén especializados en el idioma español.

Por otro lado, Hitchcock alega que no existen estadísticas sobre cuántos alumnos puertorriqueños estudian en Orange County. «No llevamos esa información», se limitó a decir.

¿Ventaja o desventaja?

Lo cierto es que «el sistema aquí está diseñado para anglosajones, así que las escuelas te educan en inglés», subraya el cagüeño Elliott Massa, maestro de tecnología y negocio en la PGA High School, de Miami.

Desde su perspectiva, el peso mayor para aprender el idioma recae sobre el aprendiz y su guardián legal. En esa línea, entiende que «muchos padres no se envuelven» lo suficiente porque «ven la escuela como un cuido» y «no piensan que le están tronchando el futuro a sus hijos».

Además, considera que una limitada exposición al español obliga a los hispanohablantes a esmerarse en su misión de aprender el inglés. Por esta razón, cuando en el 2009 se mudó a Florida por motivos económicos, Massa no quiso matricular en una escuela bilingüe a sus dos hijos, que entonces tenían 11 y 15 años. «Al principio sufrieron, pero para sobrevivir tuvieron que aprender rápido y no perdieron ningún año», recuerda.

Como profesor, Massa ofrece sus clases en inglés y luego debe explicarles la materia en español a los alumnos que forman parte del programa ESOL. «Muchas veces dejo que ellos me digan lo que entendieron y los corrijo», menciona respecto a su técnica.

Con él coincide el estudiante Nedwin Guzmán. Aunque terminó regresando a la Isla porque extrañaba a su familia, el adolescente calificó como «un poco beneficioso» el hecho de que no tenía a mucha gente que le tradujera al español durante sus seis meses de estudio en la ciudad de Groveland.

«Me ayudó a entenderlo (el inglés). Te obliga a esforzarte», indica en torno a su breve tiempo en el South Lake High School. No obstante, el joven de 17 años reconoce que, como en esa escuela sólo había dos maestras bilingües, tropezóen el curso de álgebra y en su meta de hablar el lenguaje con fluidez.

Por un lado, la traductora Cecilia Cordero sostiene que programas idiomáticos para alumnos latinoamericanos que se mudan a Estados Unidos funcionan cuando se ponen en práctica como una herramienta de transición. «Es algo positivo como un proceso paulatino ante un cambio de cultura. Es necesario para que ese estudiante se sienta abierto a aprender y, eventualmente, irlo soltando», analiza. Por otro lado, reconoce que «la inmersión total en otro idioma ayuda a aprenderlo con mayor rapidez».

Compleja realidad

El asunto es entonces mucho más complejo, sobre todo para aquellos padres que sí se afanan por la educación de sus vástagos.

Consciente de la influencia que la familia tiene en el desarrollo de un niño, el doradeño Luis González decidió mudarse hace un año a la ciudad de Clearwater buscando atender una condición de aprendizaje de su hijo de 12 años.

«Decidí mudarme porque tengo un niño autista, pero en Puerto Rico nunca se lo diagnosticaron. Me vine a dar cuenta en Florida. Yo no tengo nada en contra de mi Puerto Rico, pero tuvimos serias situaciones con él en las escuelas de la Isla. Me lo amarraron en un cuido. Fue maltratado», cuenta.

Por distintas razones, tanto en la Isla como en Florida, el menor sigue confrontando problemas. Relata que la transición ha sido difícil para todo su núcleo familiar porque el pequeño ya ha pasado por cinco escuelas. «Todavía no lo han llevado a la correcta. A mi nene hay que trabajarlo con mucha estructura porque ha sufrido mucho bullying. En esta última que estaba era de niños con mala conducta y uno de los maestros me le marcó un brazo», revela, aunque agradeciendo las ayudas que existen en Estados Unidos para manejar el autismo.

Lo peor, dentro de toda esa situación, es que su hijo no comprende el inglés. «Se me ha atrasado demasiado. Ahora mismo está en casa y no está yendo a la escuela (esperando su cambio a otro plantel). En una de ellas le conseguían a una traductora, pero se la quitaron y él se enfogona si no entiende», explica.

Aunque como padre se frustra, no se quita. «No domino el inglés, pero batallo. Voy a las escuelas y me ponen un traductor. Se te hace difícil porque te quieres expresar a tu manera, pero tienes que bregar con un traductor que no siempre lo dice como tú quieres», sentencia.

«Pero no tengo miedo», recalca. «Uso señales, si es necesario».