El diccionario define corrupción como la “acción y efecto de corromper”. La corrupción es, por lo tanto, dañar lo que es correcto, violentar las reglas y burlarse del ordenamiento legal acordado como sociedad. Se trata, básicamente, de arrimar la brasa a su sardina y de manera ilegítima obtener lo que por los canales normales sería imposible o, por lo menos, mucho más complicado.

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Dentro de esos parámetros, no me tiembla la mano al decir que la corrupción es nuestro principal problema como país. No, no es ni el estatus ni la crisis fiscal ni la reseción… Cada uno de esos rollos tiene como base el efecto multiplicador de la corrupción, un lastre que está ahí, pero que todos preferimos ignorar a la hora de tomar decisiones serias con relación a componer el sistema social que construimos.

Tomemos como ejemplo nuestro gobierno. No tenga dudas de que la raíz fundamental de la crisis fiscal que se vive en él tiene una alta residencia en el manejo corrupto del sistema político.

Prueba de ello es la deuda pública. Lo cierto es que no estaríamos tan hundidos si los políticos no hubiesen decidido endeudarnos salvajemente con intenciones esencialmente corruptas, las cuales nos sumieron en un círculo vicioso nefasto: primero se tomaba prestado, para luego hacer “obra”, para a su vez dar millones en contratos a donantes políticos, para así lograr pagar campañas más allá de los límites electorales, para lograr salir electos y después reiniciar el ciclo.

La desgracia es que ese patrón se repitió y se repitió hasta que la cuerda tronó, hasta que el pozo del cual se extraía la materia prima no dio para más. Y hoy estamos en un escenario terrible de insolvencia, con $72,000 millones en deuda, muchos de ellos botados, tirados al vacío, malversados, destinados a pagar tumbacocos, a financiar vidas lujosas y hasta a pagar universidades de los hijos de los corruptos.

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Ustedes han llegado a preguntarse cómo es posible que nos hallamos fumado $72,000 millones. ¿Dónde está ese dinero? Nos responderán que en carreteras, puentes, edificios públicos, escuelas, instalaciones deportivas, hospitales, etc. El tema es que me cuesta creerlo, pues para esos fines llegaron miles de millones en fondos federales y la inversión aquí era más complementaria que otra cosa. Así que vuelvo a preguntar: ¿dónde está ese dinero?

El tema es que a nadie le interesa responder a esa pregunta, porque no conviene, porque son muchos los embarrados, de los dos bandos, porque esta es una práctica generalizada. El descaro es tal, que los pasados 20 años nuestros gobernantes, en contubernio con los legisladores, han desmantelado las estructuras locales de combate a la corrupción. Lo cierto es que el Panel para el Fiscal Especial Independiente, la Oficina del Contralor, la División de Integridad Pública del Departamento de Justicia, el Negociado de Investigaciones Especiales, la Oficina de Ética Gubernamental, la Comisión Estatal de Elecciones y las comisiones de ética de los cuerpos legislativos no sirven para nada, pues están imposibilitadas de hacer su trabajo por leyes imposibles de cumplir, falta de recursos o por el nombramiento en sus cabezas de achichincles políticos que sólo responden a intereses de su sector ideológico en lugar de actuar por convicciones morales.

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A esto se suma que sistemáticamente se han aprobado decenas de leyes que han convertido en legales o éticas conductas que en el pasado eran intolerables en nuestra vida en sociedad. Igualmente, han convertido en casi imposible rastrear las actividades privadas de los servidores públicos y, amparándose en el derecho a la privacidad, esconder información crítica para poder medir de manera transparente su carácter y comportamiento en el manejo del dinero del pueblo. Ese entarimado fue montado y diseñado de manera quirúrgica para liquidar la transparencia, por lo que aquí no se persigue a nadie por corrupción, a nadie, a pesar de que millones se van por ese agujero sin fondo de las contrataciones nebulosas en el gobierno.

Lo increíble de todo es que ni la crisis fiscal ni los arrestos llevados a cabo por los federales han detenido esta práctica desgraciada. La semana pasada salieron a flote dos nuevos casos de corrupción en la esfera federal, uno en la pasada administración y otro en la actual.

¿Por qué sigue pasando? Esa pregunta tiene respuesta. Ocurre porque el modelo está corrupto. Más que un aspecto de estatus o de crisis económica, el modelo hace agua porque los controles no son respetados, ya que el andamiaje electoral requiere de mucho trabajo para poder recolectar el dinero necesario para financiar una campaña electoral moderna, por lo que es más fácil tomar atajos, sabiendo que todos mirarán para el lado, porque cada uno anda haciendo lo mismo. Así que la fiscalización es nula y el pacto de agresión entre todos los bandos es repulsivo.

El modelo exhibe, además, sus galas corruptas cuando los servidores públicos acuden al gobierno a “ser servidos”. Defalcar las arcas públicas se ha convertido en un modo de vida a todos los niveles, desde quienes cobran por trámites express en la licencia de conducir hasta quienes elaboran complejos esquemas de “kickback” para dar un “complemento” a sus salarios. Algo de eso hay en los casos tocados la semana pasada.

Todo ese dinero desviado para fines privados tiene el efecto de empobrecernos. Estoy seguro que si los recursos dedicados al servicio de la corrupción se quedaran en las arcas públicas y que si el billete que cogimos prestado hubiese sido dedicado a la que debió ser su finalidad principal, la de generar actividad económica, no estaríamos parados donde estamos ni buscando hacernos los ciegos culpando a actores, que si bien son importantes, son de roles secundarios en esta comedia que llamamos país.

El modelo está corrupto y eso va más allá del ELA o cualquier otra fórmula ideológica. Está decadente porque como sociedad hemospermitido que la corrupción sea un patrón conductual común y no de excepción. En la medida que continuemos tolerando o validando esa realidad, no sólo estaremos en una crisis fiscal, sino que sufriremos algo peor que eso, un endeudamiento moral, un problema de fondo que será muy difícil de curar.