El martes pasado, en el caucus primarista de Iowa, la política americana estremeció al mundo. No solo porque un fantoche como Donald Trump, que llevaba semanas como líder en las encuestas, quedara segundo entre los candidatos republicanos, o que un senador independiente de ideas socialistas y enemigo de los grandes intereses, como Bernie Sanders, empatara con Hillary Clinton –ambos elementos sorpresivos, también-, sino porque dos hispanos, Ted Cruz y Marco Rubio, quedaron primero y tercero entre los republicanos. Ambos son hijos de inmigrantes cubanos.
Según resumió el periódico El País; “Iowa ofrece una de las paradojas fascinantes que da la política estadounidense: un Estado con más de un 90% de blancos no hispanos en el que el Partido Republicano, que es el partido de los blancos, da la victoria real y moral a dos latinos, hijos de inmigrantes cubanos que, además, defienden políticas de mano dura con la inmigración.” Este es un fenómeno que se viene dando en el sustrato histórico de la sociedad americana desde hace unos años.
Esta vorágine de la política de la Nación nos lleva a pensar que el concepto y significado de lo que es ser “latinoamericano” es de carácter múltiple y plural. Hay un significado geográfico y de mapa político que va desde México hasta la Patagonia, incluyendo el Caribe, y un significado étnico y cultural que ya ha percolado dentro de los Estados Unidos y está incidiendo sobremanera dentro de su política. Diversos intelectuales latinoamericanos y de la academia americana han estipulado que Estados Unidos es otro país latinoamericano. (Véase UNESCO, Informe Mundial sobre la Cultura y Carlos Fuentes, El Espejo Enterrado). Y es que sobre cincuenta millones de hispanos viven desparramados por los cincuenta estados con concentraciones avasalladoras en Nueva York, Houston, Miami y Los Ángeles, esta última certificada como la tercera ciudad de habla hispana en el mundo; contribuyendo, no solo con sus destrezas, oficios y profesiones, también con su música, cultura, que incluye el exquisito mundo culinario, e idioma.
Se trata de un fenómeno de adopción a los valores y oportunidades americanas que revierten en una osmosis cultural que de una manera u otra incide en el panorama político, como se vio esta semana en Iowa, y que se seguirá viendo en primarias y elecciones venideras. Los hispanos posicionándose como un grupo con fuerza electoral temible y que, a su vez, es productor de una multiplicidad de líderes que irrumpen en la palestra pública para influir, desde determinados sectores del poder, en los destinos de la Nación.
La realidad política actual, y cultural por supuesto, del Partido Demócrata sigue siendo el tradicional arcoiris (Rainbow Coalition), compuesto por múltiples grupos minoritarios dentro de la sociedad americana. Por su parte, el Partido Republicano se ha ido latinizando. Ya no es Puerto Rico el único lugar en los Estados Unidos donde éste partido es latino. La latinidad, cocinada durante siglos y formada dentro de un monoteísmo de religiosidad única y con fuerte ropaje conservador, lo ha ido penetrando con éxito hasta llegar a la parcela ultra conservadora del ‘Tea Party’. En Florida, Texas y Georgia hispanos levantan la bandera de este sector de los republicanos.
La política americana ya tiene un fuerte sonido latinoamericano. Lo visto el martes es la punta del iceberg; los otros siete octavos están sumergidos en los estados, condados y ciudades, donde gobernadores, legisladores, alcaldes y concejales latinos demuestran a diario que, como un hijo, una patria también puede ser adoptada.
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