Indudablemente, desde hace décadas, la colonia y los necios andan tomados de la mano en Puerto Rico y en Washington DC. Solo la estupidez, la torpeza notable en comprender las cosas, puede dar margen a una situación colonial tan prolongada, absurda, denigrante y dañina como el colonialismo en Puerto Rico a la altura del siglo 21. ¿Cuánto más deben ser evidentes el fracaso y las consecuencias desastrosas de este sistema colonial, conocido como Estado Libre Asociado, para que todos en Puerto Rico y en la capital federal actuemos con urgencia para acabar con la raíz de este caos; la colonia?

Mientras la colonia tenía la válvula de escape de las embrollas con el crédito, las emisiones y los refinanciamientos de deuda, la estupidez colonial no era notable. Todo se resolvía con las apariencias del “fiao” sobre el “fiao”. Ahora, cuando la válvula del “fiao” se trancó, entonces es que se quejan los necios defensores de la colonia con toda su amargura. Los colonialistas de aquí y de Washington DC tratan de proponer “algo” como leyes de quiebras, reestructuraciones y juntas de control fiscal. Remiendos que se deslizan por las ramas y que ignoran el tronco del verdadero problema, el colonialismo. La verdad, sin embargo, es que todos esos remiendos que se proponen para alargar la agonía de esta colonia, son mecanismos de mutilación que solamente representan más limitaciones, más desigualdad en comparación con los estados, pobreza y menos calidad de vida. ¿Realmente alguien cree que Puerto Rico es salvable y recuperable mientras continúe siendo una colonia cuyo
fracaso es evidente e incuestionable después de 64 años del ELA?

Los problemas fundamentales de esta colonia son la falta de dinero para sostener la calidad de vida americana que desean vivir los ciudadanos americanos de Puerto Rico; y la falta de derechos políticos dentro de la nación de la que somos ciudadanos. La única manera posible de alcanzar esas dos grandes soluciones es logrando la igualdad con la estadidad. Todo lo demás, es la quimera de los necios.

Con el ELA, Puerto Rico es una colonia de los Estados Unidos, la más antigua y poblada del mundo. Somos ciudadanos americanos por nacimiento, pero somos discriminados por ser una colonia. A pesar de nuestra ciudadanía, no tenemos todas las protecciones de la Constitución federal. Tampoco podemos votar para elegir al presidente de la nación que nos gobierna, a pesar de que tendríamos más votos presidenciales que 23 estados, si fuésemos un estado. Estamos impedidos para elegir congresistas federales para defender nuestros intereses en el Congreso donde se toman decisiones que afectan nuestras vidas, derechos y propiedades. El único remedio de esta colonia es ir a suplicar a un Congreso donde, como estado, tendríamos más senadores y representantes que 23 estados de la Unión. A la hora de distribuirse el presupuesto federal, cada estado de la Unión recibe su tajada garantizada constitucionalmente en condiciones de igualdad, según sus respectivas poblaciones y necesidades. Al ELA, solo le tocan las migajas que deciden darnos congresistas que no representan a Puerto Rico. Somos los primeros en la fila de los recortes, pero los últimos en la fila de lo que se reparte.

Este sistema colonial, además de un indignante bochorno, también es un total fracaso socioeconómico. Y todavía hay quienes se preguntan cuál es el tronco del problema, qué es lo que realmente debe resolverse. Es peor, todavía hay necios que pretenden meter la cabeza bajo tierra y tratar de arreglar lo que saben que no tiene arreglo. No acaban de entender que después de este catastrófico accidente colonial, el ELA es pérdida total. Su único destino debería ser el “junker” de la historia.

Esta nota aparece en la edición impresa de El Vocero.