Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura – La historia del Partido Popular Democrático

Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

agosto 12, 2009

La historia del Partido Popular Democrático

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Capítulo VIII :  El PPD la revolución democrática

1. De mayor importancia que esta historia externa, menos tangi­ble, pero más real, es la historia de cómo se formó la actitud espiri­tual del Partido Popular Democrático, su personalidad moral, el retrato del Partido Popular Democrático en la imaginación del pueblo puertorriqueño.

2. En este sentido la historia del Partido Popular Democrático remonta hacia el pasado. Tiene que ver, como ya se indicó en otro punto de este libro, con la tradición democrática española y el progreso en comprensión de la tradición democrática de Estados Unidos —la que a su vez remonta centenares de años en la historia de Inglaterra anteriores a la fundación de Estados Unidos. Tiene que ver con el desuso, o la falta de uso, de estas tradiciones en nuestra historia política. Tal desuso parece haber determinado en Puerto Rico, en vez de la anulación total de la potencia de esas tradiciones, la acumulación de un impulso emocional a darles curso.

Luis_Munoz_Marin_19403. Parece que el espíritu de nuestro pueblo, en recovecos sub­conscientes, iba anotando un contraste entre lo que, vagamente, recordaba o añoraba, entre lo que confusamente presentía que po­día ser y lo que cansadamente observaba que era; entre lo que podía ocurrir y lo que ocurría. El pueblo participaba como compar­sa en campañas y luchas comiciales; pero al mismo tiempo sentía cada día más su desconexión con todo aquello, su no tener que ver con esas cosas de las maquinarias políticas —con el andamiaje de la politiquería esqueléticamente estructurado sobre el cuerpo de su miseria; con la flor, de dulzura nauseabunda, del lirismo poli­tiquero surgiendo, cada día más ofensiva, del estiércol de la poca vergüenza política.

4. El pueblo iba queriendo integrar su vida a su política, relacio­nar su dolor con algo que fuera a hacerse sobre su dolor.

5. Ese fue el Partido Popular Democrático que vio la gran masa del pueblo. Miró hacia adentro y vio su dolor. Miró hacia afuera y vio la imagen, hecha línea, color, luz de su propia esperanza.

6. Pero ¿por qué vio el pueblo en el Partido Popular Democrático la imagen de su esperanza? En la contestación a esa pregunta está una de las lecciones más hondas del movimiento Popular Democrá­tico. El Partido fue la imagen del deseo del pueblo no primordialmente porque yo me lo propusiera o porque un número de com­pañeros nos lo propusiéramos. El Partido Popular Democrático da la impresión —lo sé— de ser la obra de un hombre. En cierto sen­tido lo es —o por lo menos es la obra de unos cuantos hombres. Pero en un sentido más hondo y más real es el Partido que ha sido obra de más gente en Puerto Rico, porque ha sido, muy realmente, creación del espíritu anónimo y genial del pueblo mismo.

7. Mi campaña de dos años a través de Puerto Rico no fue una repetición de ideas simples desde el principio hasta el fin. Fue más bien un desarrollo de una manera de ver. La campaña Popular creció en su contenido tanto como en su extensión. El que hubiera ¡do a uno de los primero mítines del Partido Popular Democrático y se hubiese retirado después de la Isla, y hubiese regresado ocho o diez meses más tarde y hubiese entonces ¡do a otro mitin, podría muy bien haber pensado que había visto dos mítines de dos par­tidos políticos enteramente distintos, similares en cuanto a ¡deas programáticas, pero distintos en su personalidad. Sin embargo, lo visto por tal persona hubiera sido, desde luego, el mismo partido en dos momentos distintos de su desarrollo —pero tan distintos en el corto intervalo como lo es un hombre de lo que fue un niño, aunque los dos sean la misma persona. El crecimiento en personali­dad del Partido Popular Democrático en pocos meses era tremen­do. Los que le seguían los pasos no podían darse cuenta, como no se da uno cuenta de cómo un niño se va convirtiendo en un hom­bre si lo ve todos los días. Pero el crecimiento —y sobre todo el ahondamiento— era tremendo.

8. Al empezar a inscribirse, el Partido Popular Democrático daba en su campaña la sensación de la política tal y como había sido en Puerto Rico. Daba la sensación de un grupo de liberales, gente de buena fe y de buenos propósitos, que habían sido víctimas de una injusticia por parte de un grupo de su propio partido y que se habían visto, muy a pesar suyo, obligados a constituir una nueva agrupación. Sobre esos factores giraba la propaganda en las tribunas y los periódicos: que qué se yo cuantos comités habían pedido la asamblea y se la habían negado; que en Ponce hubo dos mítines, uno de diez mil personas y otro tan sólo de quinientas; que esos mítines probaron dónde estaba la verdadera fuerza liberal; que el grupo que había cometido la injusticia sin duda vería su error y abandonaría su propósito divisionista —en fin, cosas todas ellas razonables, pero que en nada indicaban una variación profunda en lo que había sido la vida pública en Puerto Rico.

9. Meses después, la campaña ya reflejaba los indicios de la revo­lución democrática, del gran cambio de la política en Puerto Rico, que resultó ser el Partido Popular Democrático. Al triunfar el Par­tido en noviembre de 1940, la sensación era ya avasalladora de una revolución —revolución democrática, dentro de la ley y el orden; pero revolución efectiva en el sentido de descuaje de puntos de vista, variación dramática en la manera de ver las cosas, transferen­cia del poder no de unos partidos a otros, sino de ciertos intereses económicos y sus maquinarias políticas al pueblo mismo— revolu­ción tan efectiva como la que representó el triunfo de Franklin Roosevelt en las elecciones de 1932 en Estados Unidos.

10. Este crecimiento, decididamente, no resultó de una técnica mía ni de ningún grupo de líderes. Yo también iba creciendo. El liderato del movimiento también iba creciendo. Éramos todos partes de un organismo espiritual en rápido desarrollo.

11. Según yo iba por los campos, según hablaba con la gente y la gente hablaba conmigo, según el instinto del pueblo olfateaba la potencialidad de lo que yo llevaba, según la vieja esperanza del pueblo se iba haciendo parte familiar de mi propio espíritu, la trans­formación iba ocurriendo. La doctrina del Partido Popular Demo­crático, la tonalidad de su alma, la hicieron los jíbaros de Puerto Rico, los trabajadores, la clase media de Puerto Rico. Cuando yo iba por los campos la gente creía que yo estaba haciendo campaña entre ellos. La realidad más honda era que ellos estaban haciendo campaña en mí. Yo le daba palabra a su dolor acorralado. Le daba objeto a su largo esperar. En la bifurcación en que la larga espera o se precipita por el risco de la desesperación o se echa a cuestas el fardo de la esperanza y emprende camino hacia el horizonte donde ha de abrirlo —y allí se encontraba el pueblo de Puerto Rico al finalizar la cuarta década de nuestro siglo—, el horizonte borrado que había en sus propios corazones trazaba su línea en mi palabra, y en ella veían el horizonte que el dolor había hecho en ellos mis­mos y borrado en ellos mismos. Sus ojos emprendían la marcha. Sus pies se hacían compañeros de sus ojos.

Comentario

El documento se inicia con la invención de una genealogía o un pasado para el Partido Popular Democrático. La idea dominante es que el PPD sintetiza lo mejor de las aspiraciones del pasado hispánico y el presente americano y, a través del segundo, de la herencia liberal y democrática occidental. Lo valioso del desarrollo de la organización es, de acuerdo con el autor, que hizo posible el rechazo natural del pueblo a la praxis política ilegítima y vacía que dominaba el país. El PPD fue, entonces el medio para facultar la participación legítima y llena de contenido de su tiempo. La intención de Luis Muñoz Marín es convencer a los lectores de que elPartido Popular Democrático tradujo la voz del pueblo y, en ese sentido, puede ser considerado como el pueblo organizado. EL PPD es, en síntesis, obra del pueblo y no de un líder o líderes iluminados.

Los alegatos son los mismos que hizo en 1930 el Lcdo. Pedro Albizu Campos con respecto a la política y el  nacionalismo antes de su afirmación como líder público. La organización de vanguardia aspira a que se le considere como un vehículo impuesto por la historia.

El método expositivo de Muñoz Marín recurre a un lenguaje poético propio de las vanguardias literarias comprometidas y a las parábolas dualistas con el fin de llamar la atención y facilitar el acceso a la información. Con esos recursos a la mano, cuenta someramente la historia de la ruptura con el Partido Liberal Puertorriqueño, la campaña hacia las elecciones de 1940 y el mito del triunfo en aquellos comicios. La metáfora organicista del crecimiento produce la impresión de que el “triunfo” del PPD era inevitable o natural.

El documento insiste en la idea de la revolución democrática con el fin de tomar distancia de la subversión nacionalista. La primera representa al pueblo y la segunda no.

  • Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor

Luis Muñoz Marín (1941-1942)

febrero 23, 2016

Reflexiones: Puerto Rico desde 1990 al presente XIV

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia

¿Cuál era la situación del PPD en la década de 1990? ¿Podría una organización producto y reflejo de la Guerra Fría elaborar ajustes que le permitieran sobrevivir como una alternativa real en la pos-Guerra Fría? El hecho de que en 2016 todavía sean una opción electoral para decir que sí. Pero lo cierto es que el asunto no se reduce a ganar elecciones. El bipartidismo que ha caracterizado la praxis electoral colonial desde 1968 al presente no deja mucho margen para el juego: si no gana el malo vencerá el peor, como ha sugerido tan certeramente Emilio Pantoja con su metáfora de la kakistocracia.

El PPD en la década de 1990 ¿una crisis de liderato?

Un problema no discutido a profundidad es que aparte de Calderón Serra y Aníbal Acevedo Vilá, el PPD no tenía ninguna figura vigorosa y atractiva para oponerle a Rosselló González en la década de 1990. No se trata de que no tuviese personalidades inteligentes y organizadas para la tarea. Héctor Luis Acevedo o Eudaldo Báez Galib por ejemplo, cumplían con ese criterio de profundidad que los podían convertir en una alternativa real. Sin embargo ninguno cumplía con las condiciones mercadeables del top model político que, por otra parte, ya estaba abandonando a Rosselló González. En aquella década el liderato popular se caracterizó por su opacidad. Muñoz Mendoza, la candidata en 1992 a quien se le reconocía como soberanista, renunció a la presidencia en 1993 tras la derrota. El profesor Acevedo, un intelectual probado de tendencias también soberanistas, tomó las riendas de la organización y cargó con la derrota en 1996. La vieja política abrió paso a una nueva política para la cual el liderato popular no estaba preparado. En el proceso electoral de 1996 parecía imposible derrotar a Rosselló González. Los populares tuvieron que recurrir a su único mito vivo para apelar al electorado. En octubre de 1996, Roberto Sánchez Villela abandonó el silencio para llamar públicamente a que se votase contra Rosselló González. La gestión no tuvo éxitos: los iconos del Puerto Rico moderno ya no parecían funcionar.

S-M-Calderon

Sila M. Calderón Serra

No solo eso. El giro de la década de 1990 puso en duda la legitimidad del ELA con argumentos análogos a los que había esgrimido en la década de 1950 los opositores a esa opción de estatus. En 1994 Marco A. Rigau, soberanista, afirmó públicamente que el ELA carecía de plena dignidad política y que tampoco garantizaba una forma de unión permanente con Estados Unidos. Con ello ponía en entredicho dos de los pilares de la teoría muñocista formulados en el punto álgido de la Guerra Fría. Miguel Hernández Agosto, otro de los líderes más respetados de la organización, se ocupó de responder desde una postura afirmativamente moderada. Su argumento era que, de ser así, Estados Unidos había engañado a todo el mundo civilizado en 1952. La figura retórica de que el ELA no podía ser un engaño porque Estado Unidos no es capaz de tamaño engaño se ha reiterado en diversa ocasiones desde entonces. La idea de la “inocencia americana” estaba todavía bien enraizada en los sectores del centro político en la colonia.

Las fisuras dentro del PPD animaron la pugna entre los moderados y soberanistas de todos los calibres. La consulta plebiscitaria de 1998, en lugar de subsanarla, las aceleró. Un lemento interesante de aquel evento fue que abrió las puertas para un liderato nuevo. Pero las figuras que ocuparon los espacios vacantes, a pesar del despertar soberanista, se caracterizaron por su moderación ideológica. El resultado neto del plebiscito fue desorientado y confuso. Ello combinado con el ascenso de los populares moderados a la cúpula organizativa que puso en “compás de espera” el tema estatutario hasta el 2012. Ese año correspondió otra vez al PNP, entonces bajo la férula de un liderato republicano encabezado por Luis Fortuño Burset y Jenniffer González, retomar el asunto con los resultados que con posterioridad discutiré. Entre 1998 y 2012 el PPD fue cada vez más cuidadoso en cuanto al manejo del espinoso asunto del estatus.

¿Qué pasó con el estatus?

El triunfo de Calderón Serra en las elecciones de 2000 garantizó la tregua y la inacción. El candidato del PNP Carlos I. Pesquera una figura nueva vinculada al rosellato que aspira retornar a la política en 2016; y Berríos Martínez (PIP), un símbolo del continuismo y del independentismos de la nueva vieja guardia, fueron sus opositores. El compañero de papeleta de Calderón Serra fue Acevedo Vilá, candidato a la comisaría en Washington y abogado, con quien tenía desavenencias ideológicas. De hecho Calderón Serra, una moderada, prefería para esa posición a José A. Hernández Mayoral, abogado e hijo del caudillo de Ponce y un respetado ideólogo conservador que había profundizado en las posturas filosófico-políticas de su padre.
Las convergencias entre Calderón Serra y Hernández Mayoral eran muchas. Los dos provenían de importantes familias de la burguesía puertorriqueña y coincidían en que el problema de estatus estaba solucionado desde 1952. Si la estadidad era imposible y la independencia un potencial desastre, trabajar en el marco de las relaciones existentes era lo más pragmático. Las fisuras sobre las que llamaban la atención los soberanistas eran pecata minuta: lo que el ELA necesitaba era algunas reformas cosméticas y seguiría siendo funcional como un sistema de relaciones permanente.

Aníbal Acevedo Vilá

Calderón Serra simbolizaba a los sectores moderados vinculados al capital local desarrollado después de la Segunda Guerra Mundial. Su padre era dueño Payco Ice Cream Corporation y de Calderón Enterprises, había sido miembro de la Junta de Directores del Puerto Rico Sheraton Hotel y del Banco Popular de Puerto Rico. Calderón Serra proyectaba muy bien el modelo del “burgués exitoso”, valor que combinado con el hecho de que fuese una mujer que había triunfado en un mundo dominado por hombres y patriarcas, había sido la primera Secretaria de Estado del país en 1988, aumentaban su atractivo. Su acceso a la gobernación sería la culminación de una carrera pública extraordinaria. Es interesante que su condición de persona privilegiada no minara la simpatía que su imagen producía en el ciudadano común, tal y como había sucedido con Ferré Aguayo cuando accedió al poder en 1968. La opinión pública la interpretó como una mujer pionera y un símbolo legítimo de hasta dónde podían llegar las reivindicaciones feministas incluso en un país tan tradicional como Puerto Rico.

Calderón Serra contrastaba con la caricatura del “político vociferante” que había dominado durante la década de 1990, sin lugar a dudas. El lema de su campaña, “Un gobierno limpio” y su formalidad y urbanidad chocaban con el perfil de figura corrupta y el lenguaje neopopulismo urbano de Rosselló González. Aparte de ello, como ya se ha señalado antes, su función protagónica en la articulación de la campaña de la “Quinta Columna” en la consulta de 1998 la convertía en la figura idónea para ganar los comicios.

El giro que imprimió Calderón Serra al asunto del estatus tras la consulta tuvo, sin embargo, efectos contradictorios. La funcionaria revivió el tema de la “Asamblea Constituyente” como método para resolver el estatus. El tema de la cuestión táctica fue introducido por Aníbal Acevedo Vilá, Comisionado Residente en Washington en 2001. Las ventajas de hablar el lenguaje de la “Asamblea Constituyente” favorecía la convergencia con los sectores anticoloniales que no eran populares: me refiero a los socialdemócratas, los socialistas y los nacionalistas. La contradicción radicaba en una cuestión retórica que podía tener efectos materiales concretos. La gobernadora hablaba de una “Asamblea Constitucional de Estatus” y para algunos observadores ello no necesariamente equivalía a una “Asamblea Constituyente” descolonizadora. No me parece necesario recordad que en una asamblea constitucional observada mundialmente se había creado el Estado Libre Asociado en 1952. Estas estructuras legales no son inmunes al manejo de las fuerzas políticas y económicas que las rodean y las exceden.

Una “Asamblea Constitucional de Estatus” ofrecía un abanico de posibilidades capaz de complacer al más moderado de los populares. Técnicamente podía ser percibida como una mera revisión de la relación Puerto Rico y Estados Unidos dentro del marco del Estado Libre Asociado con el fin de preservar esa estructura pero mejorada. Esa y no otra había sido la meta de Muñoz Marín y Antonio Fernós Isern en 1959. Los nuevos espacios de soberanía no tenían por qué afectar la soberanía del otro porque no sacarían a la isla de la cláusula territorial. Ello podía representar una tabla de salvación para el ELA. Lo cierto es que la idea de un “ELA (más) soberano” resultaba jurídicamente absurda para muchos en el 2001
La segunda aspiraba superar el ELA camino de la independencia o la libre asociación y dejar atrás el régimen de 1952.

Una “Asamblea Constituyente” implicaba el retorno hipotético al ceo, a la tabula rasa para, desde ese sitio y acto, inventar la relación sin fisuras coloniales. Se trataba precisamente de lo que no había ocurrido entre 1950 y 1952. La legitimidad de la misma dependía de que la decisión se tomase desde la soberanía, sin coacción. Y en Puerto Rico ese concepto levantaba y levanta el espantajo de la independencia corroborando el principio de que es más fácil ser un demagogo que un intérprete. El hecho de que ese recurso y esa lógica hubiesen sido promovidas por dos juristas radicales, Pedro Albizu Campos y Juan Mari Brás, no favorecía al mismo. Todo ello condujo al clima de confusión que se adueñó del tema durante el cuatrienio de 2001-2004.

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febrero 14, 2016

Reflexiones: Puerto Rico desde 1990 al presente XIII

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia

La derrota del PNP en las elecciones de 2000 parecía segura. La candidatura de Sila M. Calderón Serra se fortaleció gracias al papel protagónico que desempeñó aquella figura durante el ejercicio plebiscitario y a su bien articulada campaña de la “fuerza positiva”. La transparencia del gobierno o glasnost fue uno de los temas dominante en la misma, lenguaje que representaba una acusación a la administración Rosselló González. Las posibilidades de que Calderón pudiese completar la tarea inacabada de Muñoz Mendoza, conducir a una mujer a la posición a ocupar la jefatura del ejecutivo, eran altas. La derrota de una aspirante como Muñoz Mendoza, la hija del fundador del PPD, debió ser interpretada como una señal de que ciertos aspectos del pasado del partido habían, la sombra diluida de Muñoz Marín, habían sido dejados atrás de una manera irreversible. Tras el ejercicio electoral del 2000 la retórica muñocista y la apelación a su imagen se ha reducido a los días intensos de las contiendas cuando se acercan las elecciones o a las conmemoraciones oficiales o no oficiales de los “logros” del Estado Libre Asociado cada 25 de julio.

Sila M. Calderón Serra, gobernadoraCalderón Serra le dio un nuevo tono al populismo con su discursividad comprometida con los nuevos pobres ahora renominadas como comunidades especiales. Con aquella actitud aseguró el apoyo de los sectores más tradicionalistas del partido revivificando el discurso del compromiso con los desposeídos y atrajo a numerosos no populares que compartían esa concepción de estado benefactor en especial en las izquierdas moderadas. Aquel lenguaje implicaba el reconocimiento de uno de los grandes fracasos de la relación colonial: dependencia y pobreza habían caminado de la mano durante todo el siglo 20. Calderón quería saludar el siglo 21 con un gobierno que enfrentará el problema de una manera eficiente. Todo ello y su vinculación y afinidad con el caudillo Hernández Colón, la convirtieron en una candidata atractiva incluso para aquellos estadoístas que habían terminado chocando con el estilo atropellado, agresivo y mediático de Rosselló González. La leyenda de Calderón Serra como la “primera secretaria de estado” abonaba las posibilidades de que fuese también la “primera gobernadora”.

Por último, los resultados de la consulta de estatus de 1998 y la victoria de la “quinta columna” o “ninguna de las anteriores”, podían ser demagógicamente interpretados como una expresión de que gente no quería resolver el estatus, postura que siempre beneficia más a los quietistas y a los estadolibristas remisos en apoyar un cambio sustancial en la relación con Estados Unidos. La imagen de la “dama impecable” que consiguió mantener Calderón Serra durante aquel cuatrienio tendría que pasar la prueba del sexismo del “político vociferante” que dominaba el escenario electoral colonial. Derrotar a Rosselló González y acceder al poder era, en ese sentido, una prueba histórica.

¿Por qué “la fuerza” abandonó a Roselló González?

¿Qué explica la debilidad del PNP y Rosselló González después del 1998? Si prescindo de la derrota de la causa estadoísta en el plebiscito que siempre incómoda a un electorado que percibe las contiendas como un deporte o un juego de habilidades, las razones son muchas. El gobernador tomó una serie de decisiones y adoptó posturas públicas que erosionaron la imagen de líder progresista, secular, atrevido y pragmático que le habían llevado al triunfo. La reducción del rossellismo a un icono le restó complejidad a una figura cuyo magnetismo era comparable al que había desarrollado Muñoz Marín en su mejor momento. El poder y la necesidad de mantenerlo en nombre de una causa, generó un culto a la personalidad que emasculó a ambas figuras reduciéndolas a una caricatura de sí mismas. Me parece que las personalidades públicas de esta categoría deberían saber cuándo guardar silencio y reconocer en qué momento despedirse o echarse a un lado. Aquella sería una manera elegante de evitar que los silencien o los echen a un lado por la fuerza. Es cierto que el culto a la personalidad de Muñoz Marín resulta insuperable, pero los efectos adversos de la voluntad de perpetuarse en líderes como Rosselló González, Berríos Martínez, Hernández Colón o Romero Barceló, entre otros, no dejan de llamar la atención: la falsa conciencia de que son “necesarios” para que el país funcione los consume.

Las decisiones erráticas fueron varias. Primero, estrechó vínculos con sectores del fundamentalismo evangélico y llegó al extremo de donar tierras de dominio público al culto-empresa denominado “Clamor a Dios”, propiedad del empresario y Reverendo Jorge Raschke. El acto llamaba la atención por la vinculación del evangelista con el republicanismo estadounidense más conservador, hecho que contrastaba con la imagen de un gobernador que siempre había hecho alarde de su compromiso con la praxis demócrata. Claro, en Puerto Rico paradójicamente se podía ser demócrata-republicano o católico-protestante: el arte del acomodo en nombre de las causas que se defienden no tiene límite en ese aspecto. El Rosselló González del final de su octenio era distinto del que inició el mismo.

Segundo, la política de privatización y la conflictividad que la misma generó fueron decisivas. No se puede pasar por alto que aquellas eran las primeras expresiones de aquella tendencia al desmantelamiento del Estado Interventor que había crecido como expresión del orden emanado de la segunda posguerra mundial y la Guerra Fría. Los observadores de aquel periodo coinciden en que el caso clave fue el de la PRTC y la huelga general que emanó de la resistencia a su privatización. La valoración de aquel orden tardomoderno era común en los dos partidos políticos con acceso al poder desde 1968: el PNP y el PPD. Sin tomar en cuenta la oposición el gobernador actuó, acorde con la prensa, de modo autoritario y autorizó la represión de la protesta pública, como ya se ha comentado antes.

Tercero, no puede obviarse el papel que tuvo un desastre natural: el huracán “Georges” una tormenta categoría 3 que afectó la isla desde el 21 de septiembre de 1998. Algunos sectores presionaron para que, dada la crisis material producida por el fenómeno, se pospusiese la consulta estatutaria. El gobernador fue sordo a las mismas por lo que la imagen de Rosselló González como un dignatario autoritario o soberbio se confirmó y acabó por disgustar a “electorado flotante”. Si a ello se añade la percepción generalizada de que aquel era un “gobierno corrupto”, se comprenderá la fragilidad de este candidato a la altura de 2000. La capacidad de Calderón Serra para reunificar las fuerzas dispersas del PPD en el marco de la erosión del rossellato no puede ser puesta en duda.

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febrero 2, 2016

Reflexiones: Puerto Rico desde 1990 al presente XII

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  •  Catedrático de Historia

El centenario de la invasión de 1898 parecía ser un momento ideal para pulsar la opinión sobre las posibilidades de la estadidad otra vez. El efecto simbólico del evento no puede ser pasado por alto. La sensación de que 100 años debía ser un periodo de tiempo suficiente para que los puertorriqueños decidieran su futuro político o los estadounidenses se expresaran sobre el mismo tema dominaba ciertos sectores. De igual modo, no puede pasarse por alto que si la coronación de la invasión había sido el desastroso huracán de San Ciriaco el 8 de agosto de 1899, el preámbulo de la consulta de 1998 lo fue el huracán Georges del 22 de septiembre de 1998.

Y el futuro de Puerto Rico… ¿qué? 1998

S-M-Calderon

Sila María Calderón, empresaria puertorriqueña

La consulta plebiscitaria del centenario de 1998 se apoyó en varias consideraciones. Por un lado, el éxito electoral del PNP en los comicios de 1996 resultaba esperanzador: aquella organización y Rosselló González obtuvieron el 51.1 del voto popular ante un débil candidato popular, el intelectual soberanista y profesor Héctor Luis Acevedo. Por otro lado, el hecho de que desde el 23 de marzo de 1996, Puerto Rico hubiese sido el escenario de unas vistas de estatus en el contexto de la discusión del “Proyecto Donald Young” (Rep-Alaska), colocaba el asunto en el primer plano del interés público.
El “Proyecto Donald Young” no se consolidó en el vacío. Por el contrario, surgía en el contexto específico e incierto de fin de la aplicación de la Sección 936 del Código de Rentas Internas Federal al Estado Libre Asociado. En aquel 1998, el Congreso acordó eliminar los incentivos fiscales progresivamente entre los años 1998 y el 2006. Una época terminaba y en eso todos estaban claros: el neoliberalismo se abría paso sobre las cenizas del liberalismo de la segunda posguerra. Nadie estaba seguro respecto a cuáles serían las condiciones del territorio tras el fin de la era de las 936, tan celebradas por los sectores moderados en el país. El mayor temor que asomaba era que un ELA sin incentivos fiscales de aquella naturaleza no fuese funcional como, de hecho, no lo ha sido. A la altura del 2016, los comentaristas insisten en llamar la atención sobre el efecto adverso de aquella decisión para el país y parecen confirmar el papel fundamental de aquel hecho en la crisis. El argumento que no deja de ser legítimo y hasta válido, confirma que el ELA, una estructura pensada para la Guerra Fría y el liberalismo propio del estado interventor, ha dejado de ser funcional. En 2016 una de las voces ideológicas más visibles del soberanismo Rafael Cox Alomar, proclamó sin tapujos que ELA había muerto.
En 1998, algunos observadores interpretaron que la decisión del Congreso más que “fiscal” era “política”. Aquella lectura no me parece desacertada. Todo parecía indicar que la intención de ciertos congresistas era estimular la discusión del estatus a la luz de la búsqueda de una relación innovadora entre Estados Unidos y Puerto Rico que fuese soberana pero que excluyese la estadidad. Cualquier observador informado podía llegar a la conclusión de que el mensaje para los populares y que detrás del mismo había un bien articulado plan de “timonear” a aquel sector en una dirección que le evitara problemas mayores a Estados Unidos en la posguerra fría. La clase política loca, en especial los sectores moderados del PPD no parece haber visto el escenario en toda su complejidad o, si lo vieron, suprimieron su discusión con el fin de proteger sus intereses particulares de cara a las elecciones de 2000. Una situación tan compleja como aquella se redujo a un vulgar reclamo moral que acusaba a Estados Unidos de “desamparar” al ELA e insistir en que con aquella decisión, en tanto y en cuanto equiparaba a la isla con los demás estados, adelantaba la estadidad. Un cambio global radical fue reducido a sus implicaciones domésticas por una clase política que temía por su futuro. El hecho de que el liderato del PNP no hiciese mucho para evitar la eliminación del privilegio alimentaba aquel juicio simplificador que, sin duda, la gente común apropiaría y consumiría sin mayores dificultades.
La situación del estadoísmo de cara a la era neoliberal no era la misma del 1968 cuando Ferré Aguayo ganó la contienda electoral. Young favorecía la estadidad pero insistía en que el inglés debía ser el idioma dominante en el territorio antes de dar ese paso: los tiempos de pluriculturalismo que había permitido la configuración de la “Estadidad Jíbara” eran parte del pasado. No solo eso: el inglés debía ser el idioma de la educación pública si se pretendía considerar a la isla caribeña como candidato a la estadidad. Los fantasmas del pasado retornaban en 1998. La cuestión del “english only” combinada con la cercanía de la conmemoración de la hispanidad en 1992 y 1993, animaron el nacionalismo cultural, un instrumento que el PPD había manejado políticamente con eficacia desde la década de 1940, consolidando la discursividad de la resistencia entre los sectores no-estadoístas. Algo que todavía hoy sorprende es la disposición de una parte significativa del nacionalismo y el independentismo de tendencias socialistas y socialdemócratas a “comprar” o confiar, en la sinceridad de ese discurso.
Rosselló González aprovechó la coyuntura abierta por el “Proyecto Donald Young” para hacer una nueva consulta de estatus. La consulta fue presentada en el Congreso con el endoso del PIP. La colaboración entre aquellos extremos era comprensible: las dos organizaciones electorales anticolonialistas colaboraban en una causa común contra la fuerza colonialista. Pero el proceso daba por descontado que cualquier organización que no fuese electoral no debía tener voz en el proceso. En Puerto Rico existía un establishment bien definido y excluyente que considera que las propuestas que rechazan los mecanismos electorales no tenían que ser consultadas a la hora de articular este tipo de procesos.
1998_ningunaEl PPD, el PNP y el PIP poseían esa legitimidad en 1998. Lo más patético de todo esto es que, cuando a principios del siglo se han organizados grupos políticos de diversas tendencias sobre base electorales -el Movimiento Unión Soberanista (MUS), el Partido del Pueblo Trabajador (PPT), Puertorriqueños por Puerto Rico (PPR)- la actitud sigue siendo la misma. La partidocracia tomaba un rostro nuevo. El bipartidismo poseía un “segundo violín” (el PIP) que determinaba quien debía tener voz y quien no a la hora de la “suprema definición”. Lo cierto es que el estadoísmo, el estadolibrismo y el independentismo electorales, habían devenido en fórmulas retóricas vacías a la altura del 1998 sin darse cuenta que el estatus era solo una parte del problema. El estatucentrismo de la política local iba camino al colapso. El proyecto respaldado por el PNP y el PIP fue aprobado en la Cámara de Representantes del Congreso sin problemas, pero el Senado federal nunca pasó revista sobre el mismo. La ilegitimidad del proceso no evitó que se celebrara la consulta el 13 de diciembre de 1998.
La oferta de opciones en aquella consulta se ajustó al lenguaje del Derecho Internacional. El votante podía elegir entre el ELA, la Libre Asociación, la Estadidad y la Independencia y las definiciones de cada opción se pormenorizaban en la papeleta. El lenguaje de aquel instrumento electoral favorecía el cambio y condenaba el inmovilismo representado por el ELA. Una de las finalidades del diseño del mismo había sido estimular la confusión entre los electores que no eran independentistas o estadoístas y dividirlos. De hecho, los representantes del ELA y la Libre Asociación quienes de un modo u otro provenían mayormente del PPD, no se pusieron de acuerdo respecto a la definición que se daba del ELA en la papeleta. Les molestaba la descripción del estatus quo la cual no dejaba de ser precisa:“La aplicación sobre Puerto Rico de la soberanía del Congreso, que por virtud de la Ley Federal 600 de 3 de julio de 1950, delega a la Isla la conducción de un gobierno limitado a asuntos de estricto orden local bajo una Constitución propia. Dicho gobierno local estará sujeto a la autoridad del Congreso, la Constitución, las leyes y tratados de los Estados Unidos. Por virtud del Tratado de París y la Cláusula territorial de la Constitución federal, el Congreso puede tratar a Puerto Rico en forma distinta a los estados, mientras haya una base racional. La ciudadanía americana de los puertorriqueños será estatutaria. El inglés continuará siendo el idioma oficial de las agencias y tribunales del Gobierno Federal que operen en Puerto Rico.”

El desacuerdo condujo a que se incluyera una “quinta columna” con la opción “Ninguna de la anteriores”. Los populares moderados, encabezados por la líder Sila María Calderón, alcaldesa de San Juan, Aníbal Acevedo Vilá y el exgobernador Hernández Colón, votarían por la “quinta columna”. Aquella opción representaría una forma de protesta contra el proceso a la vez que afirmaría la legitimidad del ELA como una alternativa a pesar de que todo indicaba que, tras el fin de la Guerra Fría, ya no sería así. La táctica de la “quinta columna” fue eficiente a la luz de los resultados:

  • ELA obtuvo 0.1 % o 993 votos
  • Libre Asociación obtuvo 0.3% o 4,536
  • Independencia obtuvo 2.5% o 39,838
  • Estadidad obtuvo 46.5 % o 728,157 (subió 0.2 % respecto a 1993 pero con menos votos)
  • Ninguna de las anteriores obtuvo el 50.3 % o 787,900 (el “No” al cambio venció por más de la mitad de los electores)
  • En blanco 0.1 % o 1,890 papeletas

Si bien la consulta no adelantó un ápice la discusión del estatus y por el contrario la empantanó con un mensaje engañoso, la misma sirvió para sellar el futuro político de Rosselló González. Su tiempo en la política colonial había terminado por el momento.

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Puerto Rico entre siglos: Historiografía y cultura

enero 26, 2016

Reflexiones: Puerto Rico desde 1990 al presente XI

1 Votes
  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Catedrático de Historia

La expresión de las preferencias electorales en Puerto Rico nunca había sido producto de un acto racional y pensado. Ser elector “flotante” o del “corazón del rollo” no representa un acto de pensamiento sino un acto de pasión. Pero en la década de 1990 la situación se hizo más patente: el votante “compra” una “imagen” y la convierte en “promesa” de “progreso” una y otra vez, independientemente de los fracasos que acumule esa figura o las concepciones que representa. Las cicatrices de la partidocracia bipartidista ya eran visibles en aquel entonces. Las campañas de 1992, en especial el debate de los candidatos a la gobernación; y la de 1996, “Espectacular 1996”  que el PNP centró en el lema “Lo mejor está por venir”, fueron cruciales. Roselló González, el  top model político teorizado por el sociólogo Paul Virilio, se impuso: W. Clinton y Rosselló González fueron el mejor ejemplo de ello.

La mediatización y espectacularización del espacio electoral, de la discusión pública y del tema del estatus ha redundado en la simplificación del debate y  en que ninguno de esos asuntos sea visto como un “problema intelectual”. La victoria electoral se limita a cuestiones de “publicidad” e “imagen”: son un acto de “consumo” y de “mercadeo” de que presentan valores perecederos que se imponen. El giro ha convertido al “sondeo” y la “encuesta” en la clave del proceso electoral pero, en la realidad de las cosas, esos recursos de mercado no “miden” la opinión: la “crean” y la “timonean”. Cuando el investigador observa con detenimiento el proceso de mediatización y espectacularización de la política electoral y estatutaria que comenzó durante la campaña plebiscitaria de 1967 y los comicios de 1968, y vuelve la mirada hacia la década de 1990, no le queda más remedio que aceptar que la tendencia había alcanzado un extremo insospechado.

Edwin Rivera Sierra alias “El amolao”

El candidato con posibilidades es el top model político. De modo paralelo,  la discusión se vulgariza sin freno hasta imponerse la política kitsch caracterizada por la frivolidad y, en ocasiones, la vulgaridad. A fines de la década de 1990, ya sería posible la imagen distorsionada, absurda y cómica de Edwin Rivera Sierra alias “El amolao” ingiriendo “palmolives” o cervezas Heiniken. El hecho de que en el 1998 ese funcionario viajara a Rusia para adquirir una estatua gigantesca de Cristóbal Colón producto del artista Zurab Tsereteli es, quizá, el mejor prototipo de aquel proceso de degradación. La vida pública de Antonio “El Chuchin” Soto Díaz recientemente fallecido, y el episodio del auto Bently de lujo en 2011 que alegó le habían obsequiado, ratifican que la tendencia se ha radicalizado dejando la discusión política en el campo del entretenimiento.

El fenómeno del “político vociferante” fue poblando la praxis administrativa local y, en la misma proporción, invadiendo los medios masivos de comunicación en la medida en que la sátira como expresión teatral sería que repuntó en la década de 1960 y 1970, evolucionó en la dirección de la industria del chisme o la chismología más o menos profesional. La distancia entre el programa televisivo “Se alquilan habitaciones” encabezado por Gilda Galán en 1968, y  la discursividad irritante e irreflexiva de Antulio “Kobbo” Santarrosa y el personaje de la “La Comay” en Superexclusivo entre 2000 y 2013, es enorme. El contrate demuestra que el gusto de la teleaudiencia también ha cambiado de un modo dramático en los últimos 40 años. La sátira política seria hoy, parece desviarse hacia los espacios de comunicación innovadores generados por la revolución tecnológica: el espacio del internet y las comunidades virtuales de imágenes fijas o en movimiento, son un lugar preciado para la expresión de este arte social en crisis. Este conjunto de fenómenos demuestra el proceso de devaluación de los medios que ofrece la democracia liberal y electoral para la discusión pública en la era de la partidocracia y el bipartidismo.

 

Y el futuro de Puerto Rico… ¿qué? 1993

El balance de la opinión sobre el futuro político de Puerto Rico es decir, el futuro del Estado Libre Asociado colonial, no cambió entre 1993 y 1998. Las consultas de aquellos dos años tan emblemáticos para la identidad puertorriqueña fueron administradas por el PNP en el poder durante la larga administración Rosselló González. La finalidad de aquellas parece haber sido auscultar el crecimiento de su proyecto mediante la estadística infalible: la consulta directa al electorado pagada con fondos públicos. El hecho de que el fin de la Guerra Fría hubiese promovido la imagen de que la década de 1990 fuese vista como la de la “descolonización” y la popularidad frenética con la personalidad del gobernador, justificó ambos procesos.

Debate candidatura a la gobernación para los comicios de 1992

Debate a la gobernación para los comicios de 1992

Sin embargo, los resultados no fueron los que los estadoístas esperaban. El ritmo de crecimiento del estadoísmo, que había sido acelerado entre los años 1968 y 1984, se lentificó en los 1990. Todo conduce a concluir que la división del PNP y la aparición del (Partido Renovación Puertorriqueña (PRP) tras el conflicto entre Romero Barceló y Hernán Padilla fue, en parte, responsable del fenómeno. Los efectos de la división de 1984 en el largo plazo no han sido estudiados todavía con propiedad pero las heridas que produjo nunca sanaron del todo. Las  probabilidades reales de que el estadoísmo superara el 50 % de las preferencias de los votantes en las consultas de 1990 eran pocas. Para aquellos que observaban ese desarrollo desde afuera del estadoísmo resultaba evidente que no todos los votantes del PNP estaban comprometidos con la estadidad. Los expertos comenzaron a denominar ese fenómeno, como se sabe, con el nominativo de “electorado flotante”.

El plebiscito de 1993 trató de aprovechar la “ola rossellista” surgida de la contienda electoral en la cual se derrotó a una débil candidata popular: Victoria Muñoz Mendoza. Los resultados de la misma no dejan de ser sorprendentes:

  • ELA 826,326 (48.6%)
  • Estadidad 788,296 (46.3%)
  • Independencia 75,620 (4.4%)

En un contexto amplio los mismos no dejaban de ser halagadores para el estadoísmo. Comparado con los resultados del plebiscito de 1967 -el 38.9 %-, el avance de la opción de la estadidad era notable pero aún no resultaba decisivo. Para el PPD no se trataba de buenas noticias. En 1967 la “montaña” estadolibrista había alcanzado el 60.4 % de las preferencias, hasta caer al 48.6 % en 1993. Las potencias de la partidocracia bipartidista estaban balanceadas. El problema era que  ya en la década de 1990 se sabía que el Congreso no aceptaría una mayoría plural -la mitad más uno- para autorizar la incorporación y la estadidad. Lo más probable era que se le requiriera una  supermayoría, es decir, hasta  dos terceras partes de las preferencias. La exigencia de una supermayoría no tendría otro efecto que fomentar el inmovilismo. El debate sobre la cuestión de la supermayoría se articuló de una manera predecible y reflejó las aspiraciones y prejuicios políticos subyacentes en cada uno de los casos. El PPD y Hernández Colón lo respaldaban públicamente porque veían en ello una garantía de que para los estadoístas era una meta inalcanzable. El PNP y Romero Barceló lo consideraron un acto “injusto” y hasta antidemocrático para con su causa. Y el  PIP y Berríos Martínez la rechazaban porque la independencia era un derecho que no dependía “de la imposición de mayoría alguna”, expresión con la que reconocían su poca visibilidad en la preferencia de los electores puertorriqueños.

Lo cierto que en  1993 el PNP y la estadidad no tenían siquiera la mitad más uno del apoyo electoral y muchos pensaban que nunca lo conseguiría. No lo ha conseguido, de hecho, a la altura del 2016. La cuestión del estatus se “empantanó” por una diversidad de razones. La debilidad del independentismo electoral que sólo consiguió el 4.4 % en la consulta de 1993, es una de ellas. El balance de fuerzas entre el Estado 51 y el  ELA y el escollo que ponía el Congreso al hablar en términos de una  supermayoría completaban el cuadro. En el “arriba social” no había voluntad para el cambio. En el “abajo social” se imponía la apatía y el desinterés producto del desconocimiento de la situación real del país.

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Leí con mucho interés el escrito de de Mario R. Cancel sobre el estadismo de principios del siglo 20 y sus fisuras. También las notas biográficas sobre el Juez Presidente del Supremo Roberto H. Todd. Debo mencionar que el Juez Todd es hijo de Roberto H. Todd el amigo del Dr. Henna y secretario de la Sección de Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano. Temo que ambos puedan confundirse.

El original Roberto H. Todd nació en Islas Vírgenes y su familia de origen inglés se estableció en Añasco aparente mente a principios de la década de 1880. Allí hizo amistad con el Dr. Manuel Guzmán Rodríguez ((1863-1932) quien fue corresponsal de Betances y autor del Epistolario del Dr. Betances (Mayagüez, 1943), el incluye gran parte de la correspondencia entre Betances y el Dr. Henna. Estas cartas Guzmán Rodríguez las transcribió de los archivos de la Sección de PR que Henna lego al Municipio de Ponce pero que de una manera u otra desaparecieron de la biblioteca de la ciudad durante la década de 1940. Nota que la biografía de Henna publicada por Todd (padre) tiene un prologo de Guzmán Rodríguez, quien dicho sea de paso fue uno de los fundadores del Partido Nacionalista en 1922.

La familia Todd se mudo a Santurce durante la década de 1880 que en esa época comenzaba a poblarse con familias que se mudaban del antiguo San Juan a ese poblado y a principios de la década de 1890 se mudo a Nueva York donde hizo amistad con Henna y se afilio a la Sección de Puerto Rico en 1895 siendo su secretario. Su hijo el Juez Todd nació en NY en 1892.

A su regreso a Puerto Rico en 1900 se afilio al Partido Republicano y fue por varios anos alcalde de San Juan. Desafortunadamente al dividirse los republicanos en 1922 y fundarse la desafortunada Alianza abandono el Partido Republicano y se unió a Tous Soto y Barceló en la Alianza y fue elegido nuevamente alcalde de San Juan por ese partido. Desafortunadamente no hay una biografía de Todd. Tengo entendido que  que su familia deposito sus papeles personales en la biblioteca del Colegio del Sagrado Corazón.

Pompy si tienes la dirección o el teléfono de Mario Cancel te agradeceré me la hagas llegar. Tengo un manuscrito bastante extenso sin terminar (400 hojas) en torno a las interrelaciones históricas entre España, Estados Unidos, Cuba y Puerto Rico a través del siglo 19, incluyendo un capítulo sobre el anexionismo en República Dominicana así como el anexionismo en Cuba y PR. En el transcurso del Grito de Yara en Cuba y el de Lares en PR. Relacionado a Lares hubo un grupo anexionista en Mayagüez y otro se reunía en la Hacienda Skerret del Valle del Toa (Skerret era ascendencia irlandesa) incluyendo a Juan Ramón Ramos de Manatí aparentemente ancestro de Oreste Ramos. Esto puede ser de interés a Mario R. Cancel.

Wilfredo Santiago Valiente

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Transformaciones económicas y culturales en Puerto Rico (1765 en adelante)

Posted by Mario R. Cancel-Sepúlveda en 9 noviembre 2014

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

A partir de 1765, la isla atraviesa por toda una serie de transformaciones que a la larga redundarán en la conformación de la imagen actual del Puerto Rico del siglo 19. En el campo socioeconómico el propósito más notable del imperio fue tratar de redirigir la economía de la colonia hacia el mercado exterior, estimulando la producción de bienes agrarios apetecibles en el extranjero. Esa era, teóricamente, una manera de poner coto al gran dilema de la economía subterránea –entiéndase, el contrabando- y de restarle espacios a la ineficiente agricultura de subsistencia.

Santo Domingo y Puerto Rico en un mapa del siglo 18Paralelamente se intentaba facilitar el tráfico entre las colonias y la península. La caña de azúcar, volvió a convertirse en la meta de los planificadores españoles. El café, recién introducido en la isla desde 1735, y el tabaco, producto autóctono que tan bien se producía entre los vegueros cubanos, cumplirían la función de productos alternos en aquel juego económico lleno de riesgos. El algodón, el jengibre, el añil, entre otros, seguirían durante mucho tiempo ocupando una posición de privilegio entre los productores de la isla. Si ese propósito se conseguía, las posibilidades de aumentar los ingresos del erario serían mucho mayores.

Para agilizar la agricultura en gran escala había que trabajar con el problema de la tierra. Dos problemas mayores había en este sentido. Por un lado, el hecho de que la mayoría de las tierras en Puerto Rico estuviesen sin titular u otorgadas en usufructo. Segundo, el dominio que los sectores ganaderos, los llamados hateros, tenían sobre amplias extensiones de tierras en la colonia. Demoler los hatos y transformarlos en tierras agrarias y titularlas para poder facturar un impuesto sobre la tierra y controlar mejor la producción eran soluciones que iban la una de la mano de la otra. El ofrecimiento de títulos a quienes decidieran dedicar sus tierras a cultivos exportables a cambio de un impuesto mínimo se convirtió en un estímulo al nuevo programa económico de finales del siglo 18.

Aquella economía agraria nueva contaría con el respaldo del estado el cual, incluso, trataría de facilitar el tráfico de esclavos a la isla. La venta de contratos a compañías monopolísticas se convertiría en la orden del día en aquel periodo. Hacia 1765 la Compañía Aguirre Aristegui de origen catalán dominó el tráfico de esclavos, como ya se señaló en otra ocasión.

Las características de la colonia entre 1765 y 1807 justificaron aquella actitud. Si para 1765 había en la isla 44,883 habitantes de acuerdo con la estadística de Alejandro O’Reilly; hacia 1776, año en el cual comenzaron a hacerse censos anuales sistemáticos, la misma había aumentado a 70,355. Diecinueve años después, en 1795 sumaban 129,758 los habitantes y hacia 1807 la población estaba en los 183,211. Los demógrafos y comentaristas de la época como fray Iñigo Abad y Lasierra, opinaban que todavía habría espacios en el territorio colonial para sostener algo más que 300,000 personas.

Aquella población vivía dentro de los parámetros de una cultura rural en acelerada transición hacia una economía agraria comercial. Aquel fenómeno, reflejado en la vida cotidiana en el cambio forzoso en las formas de uso de la tierra, en la reconcentración de aquel recurso y en la amenaza de la pequeña propiedad, debió ser preocupación de todos los días de aquellos campesinos. Uno de los sectores que más rápido aumenta fue el de los esclavos. La política de agilización del tráfico negrero había funcionado. La clasificación de “indígenas”, se disuelve en la más flexible de “pardos” donde cabe cualquier elemento no blanco dentro de un orden cultural racista y que se convertirá en el código diferenciador en los libros parroquiales desde aquella época. También habría que apuntar el crecimiento de los sectores blancos durante aquel período.

El asunto es complicado. Una cultura dominante de raíces blancas se sobrepondrá sobre una cultura de masas de origen no blanco en donde predominan los elementos afrocaribeños. Hacia 1800, la idea de un Puerto Rico diferenciado de España, de lo puertorriqueño, de lo insular y de lo que significa ser criollo está vigente en la colonia. La conciencia cultural diferenciadora es innegable. El tiempo de la conciencia política, con todas sus complejidades vendrá después.

Algunos observadores ilustrados extranjeros como Fernando Miyares (1775), el citado fray Iñigo Abad y Lasierra (1788) y el naturalista francés André Pierre Ledrú (1797) fueron capaces de hablar de un carácter propiamente insular. Distinguieron en la vida cotidiana de los puertorriqueños, unos patrones que los hacían distintos de la “gente de la otra banda” (los peninsulares). Desde las actitudes, hasta la música popular, todo en ellos se distancia del imperio que los forzó a nacer. También se desprende de aquellas observaciones el papel predominante de la cultura no blanca, es decir mulata, en aquel periodo del desarrollo de la nacionalidad.

La cultura académica y la cultura popular caminan por rutas diferentes y el dinamismo de la cultura popular fue mucho más notable. En Puerto Rico, la urbe es un fenómeno de excepción. San Juan y San Germán se distinguen en aquella categoría. La personalidad de ambos órdenes es muy distinta. A fines del siglo 18 la capital ha desarrollado sus rasgos actuales, con sus estrechas calles adoquinadas incluso y todas las murallas que, en parte, desaparecieron a fines del siglo 19 como consecuencia del aumento desmedido de la población.

En la ciudad convive el arte europeo con los primeros atisbos de un arte colonial reflejo de aquel. La arquitectura sirve de pie a aquel perfil del San Juan de Puerto Rico o del San Germán de Auxerre de fines del 18. En un mundo que vive alrededor de la fe católica, el arte religioso es una clave. Mobiliario, imaginería religiosa, orfebrería, buena parte de ello proviene de Europa. Las artes locales se desarrollaron marginalmente. El pintor mulato José Campeche trabaja con técnicas europeas un mundo ideológico puertorriqueño. En ello y en la difusión internacional de su obra radica su importancia. Su labor como retratista, pintor de temas religiosos, histórico e incluso sociales lo convierte en una sorpresa en el tardío siglo 18.

Paralelamente, un arte local tradicional crece y se distingue. La talla de santos en palo viene a cumplir una función compleja dentro del orbe del catolicismo popular e incluso del oficial. San Germán fue uno de los grandes centros de aquel proceso como demuestra la colección de tallas del Convento Porta Coeli. En síntesis, hacia el 1800 la idea de Puerto Rico y “lo puertorriqueño” había avanzado. El siglo 19 tan sólo la politizará y la pondrá en manos de los sectores criollos blancos quienes virtualmente la cerrarán a los otros grupos sociales.

https://puertoricoentresiglos.wordpress.com/

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