“Mito: fábula, ficción alegórica, especialmente en materia religiosa. Fábula: relación falsa, mentirosa, de pura invención, carente de todo fundamento. (RAE)”

Las definiciones que ofrece el diccionario de los términos “mito” y “fábula”tienen un elemento en común: la falsedad, la ausencia de veracidad. Un mito es, ante todo, una mentira. Y para los puertorriqueños, la promesa de convertir a nuestro País en un estado de la Unión norteamericana en los próximos 4 años no es otra cosa que una monstruosa mentira.

Por eso me sorprendió mucho leer el jueves de la semana anterior en este mismo periódico que el comisionado residente Pedro Pierluissi dijo públicamente, “cuando sea gobernador de Puerto Rico, Puerto Rico se convertirá en el estado 51.” Hasta entonces yo tenía una opinión muy distinta del comisionado, y lo creía incapaz de decir una barbaridad semejante. A menos que lo que él realmente quiso decir es que es tan probable conseguir la estadidad en 4 años como que él resulte electo gobernador el próximo noviembre…

Es principalmente el Congreso quien decide si convierte un territorio en un estado de la Unión, o no.  Todos vemos a diario las reacciones del Congreso a la crisis fiscal que ahora nos afecta: indiferencia, insensibilidad, falta de compromiso y “¡que no nos cueste ni un solo centavo lo que vayamos a hacer!” Al fin y al cabo, no debe sorprendernos: así nos han tratado siempre.

Cuando los americanos nos invadieron en 1898 no tenían ni la más remota intención de convertirnos en un estado de la Unión: éramos botín de una guerra de abuso contra lo que quedaba del Imperio Español para satisfacer los intereses económicos, navales e internacionales de otro imperio en ciernes. Cuando tuvieron que decidir más tarde qué hacer con los territorios conquistados, los americanos le reconocieron a Cuba una independencia mediatizada, a Filipinas lo pusieron en la ruta de la independencia, y a Puerto Rico el Tribunal Supremo nos endilgó la condición de “territorio no-incorporado”: un cheque en blanco para que el Congreso hiciera lo que le diera la gana con nosotros.

Los Estados Unidos nunca nos han ofrecido la estadidad.  En el 1991 tuvieron la oportunidad de autorizar un plebiscito sobre el status político de la Isla que incluyera la estadidad como una de las tres opciones usuales en el proyecto S.244 que estudiaba la Comisión de Energía y Recursos Naturales del Senado presidida por el senador J. Bennett Johnson, demócrata por Luisiana. Al someter el proyecto a votación en el seno de la Comisión, 10 senadores votaron a favor y 10 en contra (siete republicanos y 3 demócratas). El empate derrotó la medida.

La causa principal de la derrota del S.244 fue la tenaz oposición de un amplio sector del Congreso a la posibilidad de que Puerto Rico se convierta en un estado de la Unión.  Esa misma oposición persiste hoy, sólo que con mayor fuerza que entonces.

Las razones son obvias: económicas: el enorme costo de la estadidad para los Estados Unidos y para Puerto Rico, ahora más difícil aún, dada nuestra quiebra económica; culturales: no quieren admitir como estado a una nación distinta, que no se ha asimilado a la cultura norteamericana y que podría crearle a ese país conflictos como los que tiene Canadá con la provincia francófona de Quebec y sus tendencias separatistas; racistas: nos ven como un pueblo mulato, con una cultura que ellos denigran y desprecian; políticas: los republicanos temen que el estado de Puerto Rico votaría mayoritariamente por el Partido Demócrata, alterando el equilibrio político del Congreso.

Además, la Cámara tendría que sentar a los nuevos congresistas puertorriqueños a expensas de otros estados que perderían escaños, o tendría que aumentar el tamaño de la Cámara federal (435 congresistas), cosa que no ocurre desde el 1912.  Pueden ustedes imaginarse la guerra que todo esto causaría.

¿Puede alguien creer que todas éstas y muchas otras dificultades pueden resolverse en 4 años, cuando hemos estado estancados en el mismo sitio por los pasados 118 años?