El alcalde popular de Carolina ha demandado al gobierno central de su propio partido por la Ley de Moratoria que regula el retiro de fondos municipales del Banco Gubernamental de Fomento.
La Comisión de Servicio Público está dispuesta a ir a Corte a pelear con el Departamento de Transportación y Obras Públicas por la jurisdicción para reglamentar la entrada de Uber a Puerto Rico.
La Cámara de Representantes podría demandar a la Autoridad de Carreteras por haber extendido el contrato con Metropistas hasta 2061 sin el consentimiento de la Legislatura.
El candidato a la gobernación del Partido Popular Democrático, David Bernier, pulsea para que la Legislatura elimine el IVA y el B2B que fueron puntales de la administración de su propio partido.
Se avecina una colosal disputa entre los populares por el anunciado aumento en la factura de la luz en plena campaña eleccionaria.
Ese es el caos interno del PPD en medio del impago de la deuda pública con que amaneceríamos hoy bajo el liderato de un gobernante popular en retirada y la amenaza de una sindicatura federal a la colonia. Ese es el súper caos.
La sindicatura o junta de control fiscal que algunos creen que viene a acabar con los políticos, viene a acabar con nosotros imponiendo el pago de la deuda pública por sobre las necesidades del País porque, según el Speaker del Congreso, Pau Ryan, hay que darle “un orden al caos que prevalece en Puerto Rico”. Ese es el colonial chaos.
Liquidar la deuda conlleva el despido masivo de empleados públicos –y privados por el factor dominó-, el exilio desesperado de cientos de miles de puertorriqueños, y la caída en picada del valor de lo que nos quede –o nos dejen. Ese es el mega caos.
El vocablo está de moda y no es para menos. En su definición más simple, caos significa desorden y confusión. Puerto Rico ciertamente atraviesa una de las etapas más confusas y desordenadas de su historia.
Caos, sin embargo, viene del latin chaos que a su vez viene del griego cháos y que propiamente significa agujero. En otras palabras, que nos fuimos por el roto.
En adelante tenemos solo una alternativa: la resiliencia para vivir en el roto hasta ver si lo tapamos. Agradezcan que somos expertos en resiliencia, esa cosa que los psicólogos llaman a la
capacidad para superar circunstancias traumáticas y sobreponerse a situaciones adversas.
Ya hay un sector ciudadano que ha aceptado lo inevitable y se dispone a diseñar las tretas que desde la debilidad nos permitan resistir y sobreponernos como sociedad civil para salir del roto.
Eso habrá que hacerlo al margen del gobierno y la institucionalidad. O sea, organizando una economía social y solidaria.
Mientras eso pasa, se me ocurre que si las elecciones de noviembre vienen de todas maneras, el rechazo que sentimos visceralmente por los políticos que nos han traído hasta aquí se debe dar en las urnas.
Esas elecciones no tienen utilidad en términos administrativos porque ya la metrópolis ha decidido que va a intervenir la colonia. Cualquiera de los dos partidos coloniales que gane será súbdito y marioneta del poder mayor.
El voto inteligente no tiene que estar al servicio de la carnavalada de noviembre. De hecho, se puede burlar de ella ignorándola con su abstención o con su voto de castigo a los partidos coloniales votando por un partido de minoría a sabiendas de que no va a ganar. Sería una manera de decirles a los rojiazules: “Arréglenselas como puedan, pero esta vez no me responsabilicen a mí por haberles elegido”.
En otras palabras, no los elijan. Que hagan el ridículo sin nosotros. Formemos el caos electoral.
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