Lamentablemente, el PNP es un partido folclórico y colonialista. Lo pude comprobar durante la campaña primarista. En general, al liderato no le importa el estatus político de Puerto Rico, mucho menos si somos o no colonia. Somos pocos, mayormente los que aquí escribimos, a los que de verdad nos importa descolonizar a Puerto Rico y lograr la igualdad en derechos y obligaciones. A eso hay que sumarle que el PNP tiene un liderato inculto, que no lee, no se informa, no se ilustra sobre la política en los Estados Unidos y no entiende nada sobre lo que significa en derechos ciudadanos ser el estado 51. Es un liderato puramente reaccionario y marrullero con un dominio admirable de la banalidad del discurso.

¿Cómo es posible que las personas que actualmente tiene el PNP, con deber fiduciario para ilustrar la estadidad, nunca se hayan leído un libro en su vida? El PNP ha tenido varios presidentes que han sido autores de libros; Luis Ferré, Carlos Romero Barceló, Pedro Rosselló, prolífico autor de varios títulos, y su hijo Ricardo Rosselló. Todos autores y ninguno leído por la inmensa mayoría de nuestros líderes intermedios ni locales. Sin contar otros autores de textos importantes e ignorados por ese liderato.

El PNP ha estado reafirmando la colonia a cada instante y el discurso de estadidad es solo para las gradas; mejor dicho, para un sector dentro del PNP. Creo que esos son los hechos con sus lamentables consecuencias y es una verdad inapelable que ya dictó el tribunal de la historia. El folclorismo campea por su respeto a través de la superficie mediática en nuestros lares limítrofes. El pasado reciente es elocuente sobre este fenómeno del partido que una vez fue el portaestandarte de la estadidad. Figuras de espectáculo carnavalesco, cómicas para algunos, nauseabundas para otros -dos alcaldes y varios legisladores-, son elementos definitorios de lo que es ser miembro bona fide del PNP. Reflejos, dentro de la política, de lo que fue “Macho” Camacho en boxeo.

No hay duda que todo esto es prueba fehaciente de que el movimiento estadista, esencialmente, es de reafirmación puertorriqueña, pues ver eso es ver el país donde vivimos. Sin duda alguna. Pero, por otro lado, vemos que el deslinde entre lo puramente carnavalesco y con fuertes pinceladas de cultureta y el serio quehacer político consuetudinario se ha ido borrando y entremezclando, y hoy día tenemos que el servicio público de excelencia casi es una pieza de museo y un punto lejano en el tiempo como lo es ahora la maquinilla o los teléfonos residenciales, que pasaron a mejor vida.

El PNP ya no es el partido de la estadidad. La administración del presupuesto gubernamental lo convirtió en otro partido colonialista. Más dinero, más poder. El PNP es la parte azul del clientelismo político en Puerto Rico; igual al Partido Popular, cuando llega al poder se convierte en una industria de contratos y prebendas, y la corrupción llega como la primavera. El goce del poder es más fuerte que la ideología. El poder produce resultados económicos, la ideología es abstracta y maleable -polisémica, dirían algunos-, se siente lejana, inalcanzable, y si mal explicada, menos entendible.

Por años, el peor enemigo de la estadidad ha sido el liderato mismo del PNP. Con la conspicua excepción de Carlos Romero Barceló, ninguno entiende ni sabe ni le interesa en nada qué ello significa, porque el aquí y el ahora electoral son el verdadero mapa para la ruta del empedernido beneficio personal.