Por: Andrés L. Córdova, Profesor de Derecho UIAPR

Recuerdo cuando el pasado noviembre de 2015, al bajar las acusaciones del Gran Jurado contra Anaudi Hernández, el gobernador Alejandro García Padilla, declaró que ponía la mano en el fuego por él, y que la verdad era la verdad y era invencible. Con posterioridad Anaudi Hernández y varios otros coacusados se declararon culpables, implicando

AGP Dijo que había recomendado a miles como a Anaudi – Por eso en Medio Siglo el PPD No Ha Hecho Obras de Envergadura

indirectamente en el esquema al presidente de la Cámara de Representantes, Jaime Perelló. Como sabemos, en el juicio contra Sally López de Jesús, Marielis Falcón Nieves, Ivonne Falcón Nieves y Glenn Rivera Pizarro, el jurado rindió un veredicto de culpabilidad contra todos, y el director del FBI en Puerto Rico, Douglas Leff, anticipó una segunda ronda de acusaciones. Las consecuencias políticas, claro está, son significativas y evidentes en pleno ciclo electoral.

Diez meses después quedo aún con la pregunta que invitaban las declaraciones del gobernador: ¿Es la verdad invencible? En el contexto de la evidente institucionalización de la corrupción pública y la crisis fiscal del Gobierno, la verdad en la discusión pública no es moneda de curso legal: la verdad de las finanzas del Estado, la verdad de las aportaciones a los Sistemas de Retiro, la verdad de la contratación de Lisa Donahue en la AEE, la verdad del proceso de becas presidenciales de la UPR, la verdad de Promesa y la Junta de Supervisión Fiscal… Si algo arroja la historia de la verdad es que la misma no es invencible.

Frente al constante bombardeo de información y propaganda que caracterizan nuestros tiempos en todos los renglones, más aún en plena campaña electoral, y las dificultades que tenemos en precisar lo que es correcto y relevante, es importante que cultivemos nuestra facultad de discernir, de distinguir entre lo fundamental y lo efímero. Ese discernimiento, por supuesto, va unido a la búsqueda de la verdad y cualquier aproximación a ella debe tomar constancia de sus limitaciones. Todos sabemos lo que es la verdad, sugería San Agustín, mientras no se nos pregunte.

Nuestros tiempos han sido caracterizados por algunos como cínicos, “posmoderno”, donde se nos invita a reflexionar sobre la verdad desde la exclusiva perspectiva del poder, en todas sus dimensiones. Hay que subrayar, no obstante, que esa voluntad hacia la verdad ha sido una constante en la historia del pensamiento humano. Esa búsqueda ha producido a lo largo de los tiempos enormes logros en el campo de las ciencias, y lo cual ha llevado a muchos a afirmar que grandes sectores del conocimiento se han independizado de la reflexión filosófico-política, que en demasiadas ocasiones se ha convertido en la provincia del mercenario intelectual. En fin, la verdad o falsedad de una proposición no descansa en el relativo poder de su proponente.

Quizás es en la esfera pública, donde la reflexión crítica intersecta con la discusión pública, que se evidencia el deterioro acelerado de la facultad del discernimiento y la falta de vocación por buscar e identificar la verdad. La discusión pública de hoy día se caracteriza por el ataque personal, el sofisma, la insinuación y la juridificación de la argumentación. En esta discusión la verdad es adversativa y nadie tiene un reclamo sobre ella.

La corrupción es humana, en el PNP son individuales, poquitos por poquito y se castiga; en el PPD son Muchos, en Grupos, Por Mucho y a nivel local casi nunca se castiga

Para cualquier tema las estrategias retóricas son las mismas: sembrar duda (razonable e irrazonable) y confusión, proyectar una imagen, buscar ventaja, destruir al oponente. En este carnaval de ideas, alentado y en ocasiones timoneado por los medios de comunicación masiva, el ciudadano queda secuestrado por una inmediatez que obstaculiza su capacidad de tomar distancia de sus pasiones y prejuicios para formar una opinión pensada. Siempre habrá diferencias de opiniones, que por definición ni son ciertas o falsas. Al fin, personas razonables pueden diferir. Qué entendemos por lo razonable es quizás la verdad que debemos cultivar.