Por Franklin D. López

Periodista, Escritor, Empresario y Preso Político

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“No se vive el Espíritu de la Navidad si no se comparte con los que no tienen“-FDL

Está ubicado en una pequeña planicie entre la Sierra del Yunque y el comienzo del este de la Cordillera Central. Las montañas que le rodean sirven de murallas protectoras y lo aislan del resto de los 76 municipalidades de entonces. Con pequeños riachuelos, que algunos clasifican como rios, y adornados con árboles de flamboyanes, pinos Australianos, almendros, mango y algarrobos, Las Piedras era una pequeña isla dentro de la Isla de Puerto Rico. Viví mis primeros 9 años en esta municipalidad que tenía entonces poco más de 16,000 habitantes.

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Su acceso principal era la estrecha carretera estatal 198 que corre desde Caguas hasta Humacao y lo dividía en dos. En el área urbana esa “via” se conocía como la Calle José Celso Barbosa. Nuestra casa de hormigón estaba ubicada en la entrada al pueblo y rodeada de casas de madera y de planchas de metales en sus techos.

En la parte norte de la casa, mirando hacia la Sierra del Yunque estaba el lugar favorito de todos mis hermanos y mío, el comedor junto a la cocina mágica de Tere. Tere era la cocinera de la casa, Tenía unos 30 años y con cualquier pieza de carnes, pollo, pescados, especies y vegetales hacía suculentos platos. A mi regreso de la escuela pública Fernando Roig me recibía con pedacitos de tocino, los que freia para extraer su manteca para el arroz del día. Sus sofritos, con ajos, cilantro, recao, ajies dulces, cebolla, tomates frescos, pimientos y jamón se apoderaban de la casa y enloquecían el paladar de todos.

En el pueblo, la gente se conocía por sus nombres y apodos acompañados de sus oficios. Cheo “el foro” mecánico de autos Ford; Bernardino, el campirtero; Cruz, el herrero; Cheo, el panadero, El Negro Kobe , el sepulturero, Juan “el Cojo” (le habian amputado una pierna), Maria “La Boba”, “La Viuda” y a los maestros se les llamaban “Miss” Benitez o “Mister” Clark. A mi padre, Pedro López-Rivera, se le conocía como “Peyo.” A mi madre, Maria Esther Lázaro-Pérez se le conocía como “Cleopatra” por ser la esposa de mi padre y por su carácter recio y fuerte, apesar de ser una madre extraordinaria.

Mi vecina Genoveva, quién vivía junto a su madre en una humilde casa y luego de ver el Show Lybbys con Luis Vigoreaux en la sala de mi casa  envió unas etiquetas y se ganó una nevera Frigidaire. Al sacar su carta con las etiquetas y leyeron su nombre y mencionaron Las Piedras hubo una celebración que casi dura hasta el amanecer. Pero la gran sorpresa fue el recibimiento de más de 500 personas le hicieron a la nevera de Genoveva cuando se la entregaron en su himlde casita. Unos dias más tarde habia un letrero que leia: “Se venden ‘Limbers’!”

Eran tiempos de reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial. Operación “Manos a la Obra” comenzaba y se establecieron varias plantas textiles en las afuera de Las Piedras. La PRERA y PRA eran los programas Federales que repartian alimentos enlatados y ayuda a los más pobres. Pero casi todos tenian que trabajar para sobrevivir. Por ejemplo, Maria “La Boba” vendía unos deliciosos pasteles de masa, casi “ciegos”, a .25 centavos la yunta. Los compraba cuando pasaba por el almacen a venderlos. Pequeños letreros enmarcaban la carretera anunciado, “Se hace Trutru!”

No habia Internet. Tampoco teléfonos inteligentes ni “text messages!” Habia un sistema mucho más rápido, honesto y eficiente: la gente se hablaba de frente. Claro que habian sus mentiras y traiciones. Eso es parte endémico del ser humano. Pero se trataba duro de honrar el honor y la integridad. La gente daba cara y respondía. Sobre todo se atesoraba el agradecimiento. Se atesoraba la amistad sincera y no la ficticia, llena de adulamientos huecos y enmarcados en agendas escondidas.  ¡Eran otros tiempos!

Mi padre era un empresario natural. Autodidacta y lector voraz de cuanto libro encontraba en su camino. Trajo la primera Enciclopedia Británica a Las Piedras. El primer televisor-radio y toca discos, marca Philco. Mi padre construyó un pequeño imperio en Las Piedras, fundamentado en el trabajo duro y levantándose todos los dias a las 5 de la mañana. Sus negocios incluian “El Almacen” Felix López-Figueroa (cash and carry), nombre de mi abuelo, de ventas de víveres al por mayor y al detal; la Ferretería; el cine “Carlos Gardel”, que por .10 centavos veias dos películas y la serie, y cientos de cuerdas de terrenos al sur.

El Almacen era un lugar mágico. Allí llegaban los nuevos productos importados de Estados Unidos y al arribo de los mismos se creaba conmoción entre sus clientes que probaban con cierta desconfianza hasta que sus paladares los aproban o los rechazaban. Recuerdo cuando llegó el “Corn Flakes”, “Fresca Avena”, las peras Thurber, y el jugo de uva “Welch.” Recuerdo una marca de habichuelas secas de nombre “Red Devil” y su emblemático diablo rojo. La traducción en puertorriqueño de esas habichuelas era “Habichuelas Marca-Diablo” que hacian un matrimonio perfecto con el arroz “canilla.”. Allí trabajaban Ramón, Chencho y otros cuyos nombres se me escaparon de mi recuerdo, despachando manteca y productos alimenticios que se vendía por libras o en fracciones y envueltas en “papel encerao” con “doble moñas”.

Todos en la casa esparabamos con mucha alegría la Navidad. Esa temporada, acompañada de días y noches frescas, liberaban los espíritus de todos para recordar las experiencias del año que estaba a punto de terminar y abriéndole el camino al nuevo año con su fiesta principal el 6 de enero con el Día de los Tres Reyes Magos. Los automóviles con sus enormes bocinas anunciaban los bailes Navideños y de fin de año en el bar El Cerezo.

Mi madre iba con Don Cristobal, el chofer de la casa, a comprar un árbol de navidad a San Juan, un viaje de dos horas ida y dos horas de vuelta a la increíble velocidad de 35 millas por hora. En el camino habia que hacer una parada obligada para tomarse un café o un jugo enlatado con hielo en el negocio “Aquí Me Quedo.” A su regreso traia un hermoso árbol adquirido en los muelles del Viejo San Juan, lo último en adornos, bolas de un fino cristal con colores emblemáticos de la temporada, “lagrimas” para simular la nieve y luces “eléctricas” que promovian sueños e ilusiones.Los colmados y panaderias comenzaban a colocar canastas con frutas enlatadas, turrones y bizcochos envueltas en papeles de los colores de la Navidad, rojo y verde,  que eran transparente.Se sentía el aire y el espíritu Navideño.

La radio era el medio por excelenia de la década de los 50.. Se escuchaban las melodias cantadas por Jose Antonio Salamán (Arbolito); El Trío Vegabajeño (Parranda Navideña); El Duo Irizarry de Cordoba (Triste Navidad); y Felipé Rodriguez y el trío Los Antares. La familia comenzaba hacer planes para hacer parrandas y “asaltos.” Muchas veces las mismas eran en pueblos adyacentes como Junco y Humacao y nos acompañaba el Alcalde del Pueblo, Gabriel Ricard.

Los clientes del Almacén, dueños de pequeños colmados en el Pueblito del Río y los barrios Montones 1,2 y 3 llegaban a la oficina de mi padre con sendas bolsas de longanizas, morcillas, perniles y hasta pedazo enormes de lechón “asao.” Doña Oliva Agosto, quién operaba una exquisita fonda criolla le enviaba una nota a mi padre para que pasara almorzar a su negocio porque habia preparado unas “patitas de cerdos con garbanzos y arroz con tocino.” La Fonda de Doña Oliva era uno de los lugares más patrocinados de comida por su extraordinaria sazón y su vellonera Wurlitzer, que tocaba todo tipo de música popular y por el extraodinario y amigable servicio de su ayudante y sobrina Moncha.

Pero el evento que NUNCA olvidaré de las Navidades en Las Piedras era cuando ayudaba a mi padre, Pedro López-Rivera,  en la víspera de Reyes a preparar bolsitas rellenas de dulces de Ponce Candy y galletitas Rositas y en cada una de colocaba una moneda nueva de .25 centavos, medio peso o un peso “gordo.” El día anterior mi padre iba al Banco Roig asegurarse de tener las monedas nuevas. Ese mismo día iba a la zapateria de Vicente Hernández a buscar cajas de zapatos para llenarlas de yerba para colocarla debajo de mi cama para que los camellos de los Tres Reyes comieran.

El día de Reyes la fila de niños pobres era interminable. Por lo menos entre 400 y 500 niños esperaban su bolsita. La inmensa mayoría descalsos y con ropas desgastadas, de esas que ponen en especiales y de poca vida. Me encantaba ayudar a mi padre en entregar las bolsitas de Reyes a los niños. Sus miradas irradiaban alegría y paz apesar de su pobreza y de lo duro que era la vida entonces.Pero se vivía vida buena. Vida sana.

Emulé esta noble actividad de mi padre cuando tenía el Canal 20 en el Barrio Vayas Torres en Ponce y en San Juan con la Bicicletada de “Un Regalo para un Niño en la Navidad” en el Canal 24. El espíritu de la Navidad es compartir más allá de regalos materiales. Muchas veces con una sonrisa, un saludo y una felicitación verbal se promueve el espíritu de hermandad. Es una época de misericordia y de perdón.

La Navidad es como una vela que ilumina el espíritu y despierta los dias felices y buenos recuerdos de buena calidad de vida familiar. No me refiero a lo material. Me refiero a la interacción honesta, noble y sincera. Debe ser el espíritu de la Navidad en tiempos duros y difíciles el compartir con el que no tiene y ayudar al que necesita ayuda. Apoyar a quién te pide un consejo y  darle la mano al que te la pide. Vivamos ese espíritu en un momento tan definitorio y emblemático como el que vive Puerto Rico. No se vive el Espíritu de la Navidad si no se comparte con los que no tienen

Les deseo a todos mis compatriotas paz, amor, felicidad, salud, larga vida y prosperidad!