El decir que el sistema de energía eléctrica es el sistema nervioso central del País es expresión trillada. Pero nuestra AEE es infraestructura de dudosa confiabilidad, cuyo sindicato, y el costo de combustible, son piedras de molino que no le permiten prosperar ni mejorar. Ya la propia corporación pública admite que su sistema está al borde del colapso, al extremo que ha de echar a pérdida la generatriz de Palo Seco en lugar de levantarla. La AEE se nos cae, gracias a Dios. Ojalá que la actual administración reconozca el beneficio que eso representa y lo aproveche para nuestra resurrección económica.

Es la oportunidad para comenzar a abrazar las energías renovables, zafarnos de los combustibles fósiles y de dejar de exportar dinero. Es momento para salvarnos fiscalmente y zafarnos del error de país que nos representa la visión equivocada de generar energía inmisericordemente costosa para lograr levantar nuestro desarrollo económico.

Lo primero que hizo la AEE de AGP fue eliminar todos los contratos de energía renovable que pudieron.

La cantidad de energía solar que a la Tierra llega en un año es de tal magnitud, que representa el doble de la energía que produciríamos si quemáramos todas las fuentes existentes de petróleo, gas natural y carbón del planeta, y, además, aprovecháramos el uranio minado. La eficiencia de fotovoltaicos hoy es de cerca de 20% y la de fotovoltaicos experimentales puede llegar a 40%. Hay estadísticas igual de impresionantes respecto al viento, movimientos del mar, temperaturas del mar, almacenaje de sal derretida, energía geotermal y otras.

Puerto Rico no tiene lagos naturales. Todos nuestros embalses fueron construidos para riego y para energía hidroeléctrica. Nuestra necesidad de energía eléctrica es mayor que la que todos nuestros embalses puedan producir. La suma total de sus áreas de superficie sobrepasan las 2,897 hectáreas. Estaciones de generación fotovoltaica producen un megavatio por hectárea de fotoceldas. Si aprovecháramos el área de nuestros embalses para fotoceldas, produciríamos la mitad de toda la energía eléctrica que necesitamos, sin comprometer terreno alguno. El enfriamiento evaporativo del embalse les daría a las fotoceldas hasta 20% más de eficiencia, y al producir sombra controlaríamos las plantas acuáticas que los tupen y nos crean problemas.

En el 1974-5 la Administración de la entonces AFF fue comprar petroleo en subastas sin usar la ley federal de convinar el precio del petroleo extranjero con el doméstico, y se malusaron unos $5 Billones.

El resto de la energía requerida la podríamos generar con viento (energía aeólica), o con fotovoltaicos sobre techos industriales como se está haciendo con empresas que beneficiamos con subsidios para ello. También está el mar ‘all around us’. Somos una isla, remember?

Hay argumentos en contra, igualmente trillados: “la tecnología todavía no está disponible.” ¡Embuste! ¡Jamás permitamos esa excusa! La tecnología sí existe. Cuando el presidente John F. Kennedy fue ante el Congreso en mayo de 1961 y advirtió, “Creo que esta nación debe comprometerse a lograr, durante esta década, el poner un hombre en la luna y traerlo de vuelta sano y salvo a la Tierra”, entonces la tecnología no existía. Pero hubo la voluntad de que existiera.

Ya es hora de que nuestros dirigentes se esfuercen más por enderezar a Puerto Rico que por ajustarse al figureo político partidista, lo que requerirá, además, no acomodarse tanto al inversionismo político ni complacer a los grandes intereses. Los grandes intereses siempre van a estar ahí, vivitos y coleando, pero la salud fiscal de Puerto Rico, ya muy maltrecha, podría empeorar hasta convertirse en condición terminal. Aunque podría surgir un líder con visos de héroe (o heroína) que decida que su deber ministerial es su país, y no su acomodo. Considero que líderes nuestros pueden convencer a la Junta de Control Fiscal de que ya andan esbozando planes concretos para que, aprovechando el fracaso y la muerte anunciada de la AEE, se vuelque nuestro sistema hacia energía renovable de una vez y por todas, sin necesitar combustibles foráneos.